Libros

viernes, 14 de agosto de 2009

mudansa

Me mudo a http://bittersimphony.blogspot.com

apsense por ahí, después de un tiempo, cierro esta página

lunes, 10 de agosto de 2009

Perfil: Aqua Ruston




Aqua Ruston: Nació el 21 de julio de 1989. Es la hermana menor de los cuatro hermanos, la princesa del hogar, el equilibrio entre tanta masculinidad.
Aqua es de carácter comprensiva, maternal, emotiva, susceptible, caritativa, imaginativa y sensible. Es quien pone la cuota de ternura y de alegría. Siempre con una sonrisa en su bello rostro, sin embargo, cuando ve que un ser querido es herido o dañado, toda su lado de guerrera sale a flote.
Aku tenía diez años cuando sus padres fueron asesinados, milagrosamente salió con vida de aquel ataque, en teoría debería haber estado con ellos cuando los nigromantes entraron en el hogar, sin embargo, fue encontrada por su hermano mayor en los líndes del bosque sin un rasguño y sin saber qué había pasado ni cómo había llegado ahí. Cuando se enfrentó a la realidad de la pérdida, se sumió en un silencio abrumador. Poco a poco fue slaiendo de aquel trauma y se escudó tras el amor que le profesaban sus hermanos, vivió durante gran parte de su adolescencia junto a Rasmus, a los diecinueve se fue a vivir sola junto con una amiga.
Actualmente estudia fotografía, abriéndose paso en el cerrado mundo del arte.
Físicamente posee los ojos característicos de los Ruston, de un gris algo más perlado y con brillantes destellos de la plata; su cabello es largo, liso y negro; a diferencias de sus hermanos, ella heredó la tez pálida de su madre y la constitución de una bailarina de ballet.
De carácter alegre y sereno, maternal en la mayoría de los casos, posee el don de controlar el agua que se corresponde con su signo zodiacal: cáncer. Adeherido a su capacidad de controlar el agua se le suma un extraño don heredado de su madre, posee la extraña capacidad de sanar toda herida física gracias al control de los líquidos, es por eso que se corona como uno de los miembros más importantes y legendarios en toda la historia de los Ruston.

domingo, 9 de agosto de 2009

Perfil: Alexion Ruston





Alexion Ruston: Nació el 8 de febrero de 1984. Es el tercer hermano de los últimos descendientes de la línea familiar Ruston. Hijo de Amalia y Federico, su elemento es el aire y se corresponde con su signo zodiacal: acuario.
Actualmente tiene veinticinco años y cursa su último año en medicina general.
Su carácter es en aparencia la de un despiadado libertino, pero lo cierto es que en profundidad Alex Ruston es una persona que se refugia tras ciertas fachadas en una manera de protegerse.
Sólo tenía quince años cuando sus padres fueron asesinados, Alex era de los cuatro hermanos el más cercano y el más apegado a ellos debido a su personalidad , cuando se enfrentó a sus muertes todo su mundo se vino literalmente abajo. Su primera reacción frente a la incertidumbre fue escudarse tras un mundo de sexo, drogas y alcohol, dejando atrás todo lo que lo carcaterizaba de niño. Después de cierto tiempo volvió a su cauce normal dejando las drogas y la vida de irresponsables en que se había sumergido, sin embargo, mantuvo su fachada de despreocupación y de libertinaje sexual.
Está bastante conciente de sus ansias por encontrar a alguien con quien poder establecerse, sin embargo, es quizás entre sus tres hermanos el que más está conciente de la vulnerabilidad que representa su condición de ser los últimos Ruston, es por eso que de cierta manera el miedo a enamorarse y volver a perder tan duramente lo paraliza.
Físicamente fue el único que heredó el rubio platinado de su madre, sin embargo, sus ojos es el característico de los Ruston siendo algo más plateados que el resto de sus hermanos. De tez dorada y de cuerpo atlético y ágil, tiene gran llegada con el público femenino, sin tomarse a ninguna en serio.
Su mente científica no representa un impedimento a su capacidad creativa y artística ni mucho menos a su capacidad humanitaria. Lo que nadie sabe es que gran parte de su dinero heredado lo donó a obras de caridad y el resto, de forma inteligente, lo invirtió.
Alexion Ruston se configura como el tercer hermano y es quizás al que más le ha costado aceptar y superar la muerte de sus padres.


Perfil: Rauverik Ruston




Rauverik Ruston: Nació el 10 de mayo de 1982. Es el segundo hijo de Amalia y Federico Ruston, por ende, el segundo descendiente de la rama familiar Ruston.
De carácter directo, responsable, protector (a veces en extremo, sobre todo, con su hermana menor), trabajador y seductor cuando la situación lo amerita.
Rauverik Ruston es de los cuatro hermanos quien más ha cambiado desde que era un adolescente. Se culpa, en parte, por haberse peleado con sus padres y no haber estado cuando ellos fueron asesinados, hasta el día de hoy busca la manera de pedirles perdón y seguir adelante. Carga en silencio con su propia cruz para no molestar a sus tres hermanos, alegando que cada uno sufre con sus propios fantasmas.
Con su familia es sobre protector y a menudo se corona como el mejor consejero aunque a veces sus palabras pueden sonar duras.
Físicamente posee los ojos grises característicos en los Ruston, de tez dorada y de cabello oscuro que lleva semi largo, por lo general se deja una barba de dos días sin afeitar alejándolo definitivamente de la imagen de típico abogado y acercándolo en demasía a la de un módelo de calendario.

Su elemento a controlar es la tierra a quien se parece por lo firme y lo equilibrado que llega a ser, se corresponde con su signo zodiacal: Tauro.
Dentro de sus Hobies se cuenta su habilidad para la guitarra y el bajo y apesar de que abandonó sus sueños de convertirse en músico, aún se le puede escuchar tocando en las solitarias noches en su departamento.

sábado, 8 de agosto de 2009

Perfil: Rasmus Ruston




Rasmus Ruston: Nació el 6 de abril de 1979. Hijo de Amalia y Federico Ruston, es el primer hermano de los últimos descendientes de la rama Ruston. Su elemento es el fuego y se corresponde con su signo zodiacal: aries.
De temperamento emprendedor, pasional, protector, activo, audaz, original y aventurero. Es un gran amante y entregado cuando se enamora. Su confianza es completa, leal en extremo, pero si se ve traicionado su primera reacción será devastadora.
De cabello largo y negro, de ojos grises con matices plateados. De constitución fornida, pero ágil, como una gran pantera.
A los veinte años le tocó hacerse cargo de sus tres hermanos y tomar las riendas de las empresas de sus padres. Estudió Gestión de Empresas, graduándose con honores tan sólo a los veintitrés años. Posee diversos negocios, siendo su favorito su único pub: "Santo Secreto", en donde conocerá a Nicole, quien se transformará en su compañera y amante.
Posee un pasado lleno de traiciones y dolores no superados, aun así es una persona de grandes y transparentes sentimientos.
Semi adoptará a Andrés, un muchacho de veintidós años quien llegó a los disisiete pidiendo trabajo. Lo apadrinó pagándole los estudios y dándole trabajo.

Submundo: capítulo 7

Capítulo 7:

Agustín se dejó caer en el elegante sofá Luis XIV y clavó su dorada mirada en el techo del salón de su mansión. A unos pasos de donde se encontraba, sonaban los incansables pitidos del sistema computacional de Dante.
Suspiró y observó la sala vacía mientras extraía del bolsillo de su chaqueta un cigarrillo. Lo encendió con la mayor tranquilidad que lo caracterizaba a pesar de que su corazón aún no se serenaba del todo. Mierda, había jugado demasiado cerca del fuego y casi lo habían pillado y lo peor era que no había sacado nada en limpio quedándose en la mansión de Eric.
Expulsó el humo con la misma lenta sensualidad con la que había extraído el cigarrillo y ordenó los últimos acontecimientos. Todo había sido condenadamente rápido. De pronto estaba ahí viendo cómo Eric bailaba con Nione y luego cómo el anciano de su maestro la sacaba de la pista de baile y el príncipe cambiaba de pareja, luego había venido el ataque que había sido tan rápido como sospechoso.
Había un buen grupo de guardias que pertenecían al Delta, sin embargo, la única que se había lanzado sobre el atacante en una loca persecución había sido Nione seguida de Edgard. Sólo esperaba que estuvieran bien.
Él se había quedado y había hablado con Dante y Levi que habían salido en una persecución de otro coche sospechoso, exactamente igual al del renegado y aún no volvían. Algo no le cuadraba, y eso era la pasividad por parte de los cazadores de elite ante el ataque. El único que se había mostrado perplejo había sido Ossian, pero el resto era como si estuvieran esperando el atentado y fueran una simple pantalla para ocultar la inmovilidad por parte de la organización.
¿Qué era lo que se estaba conspirando? ¿El Delta tenía algo que ver con los sucesivos ataques? ¿Pero con qué razón? Mierda, no debería sorprenderse. Uno de los motivos por lo cual había dimitido había sido la forma en que se llevaban las cosas: todo demasiado turbio. Tal vez su maestro había tenido razón al plantearle ese trabajo, aunque no podía dejarse de sorprender que Ossian dudara de sus congéneres… sin embargo, eso lo llevaba a otra cosa: si el cuarto anciano estaba dudando de los otros tres, era por algo.
Después de todo el viejo dicho parecía ser cierto: “cuando el río suena es porque piedras trae”
Sonrió en forma de entendimiento. ¿A quién quería engañar? Siempre lo había sabido o al menos lo había intuido. Estaban a punto de entrar en una guerra de poder y una vez que lo hicieran no habría forma de volver atrás. Soltó una pequeña carcajada al comprender otra cosa: Edgard no iba a estar nada, pero nada de contento. Quizás había llegado la hora de que dejara su estúpido anonimato atrás e hiciera frente lo que por derecho le correspondía.
Apagó el cigarrillo en un costoso cenicero de oro y esperó a que el sonido de motores se acercara aún más. Sólo esperaba que ese par hubiesen tenido éxito y les trajera información que le fuera útil, para comenzar a dejar atrás las suposiciones y poder establecer pruebas concretas.
—No te vas a creer lo que hemos encontrado —le llegó la voz entusiasmada de Dante desde el umbral de la entrada, mientras sentía bajar por las escaleras al contento y emocionado perro.
—Ándale avanza —oyó que gruñía Levi al mismo tiempo que lo hacía Mefistófeles.
—A esta altura me creo cualquier cosa, Dante. ¿Qué tienes para mí? —se oyó preguntar mientras giraba su rostro y observaba las dos figuras que entraban en ese preciso momento en la sala.
—Eran dos, Recart, y se suicidaron los cobardes —escupió Pasek, mientras dejaba atrás al malhumorado doberman—. Y creemos saber con qué. Pandales sólo tiene que hacer unas pruebas y sabremos o mejor dicho confirmaremos nuestras sospechas —concluyó mientras comenzaba a desarmarse.
Agustín observó a Dante que apenas había entrado se había sumergido en sus electrónicos amigos.
—Edgard no va a estar contento, pero creo que disfrutaré cuando llegue ese momento —sentenció sintiendo las miradas de sus dos compañeros clavados en él—. Ya saben siempre es entretenido verlo furioso —agregó al tiempo que sacaba otro cigarro del interior de su chaqueta.

Edgard se terminó de duchar y se vistió sólo con sus pantalones negros y una camisa del mismo color que dejó abierta. Debería haberse sacado los lentes de contacto apenas se había metido en el baño, ya que la irritación por haber dormido con ellos se le había vuelto insoportable, pero no se había querido arriesgar, no con ella en la otra habitación.
Mierda, o se había vuelto demasiado blando de la noche a la mañana o se había caído de un rascacielos y no se había dado cuenta, pero no sabía por qué se la había llevado a su casa y la había acostado en su cama. No se caracterizaba por ser para nada caritativo, debería haberla dejado en las puertas del Delta y haberse desentendido de ella para siempre. Pero no, ahí estaba él, renegado al cuarto de baño, mientras ella seguía durmiendo enredada en sus sábanas, y quizás hasta cuando, era obvio que había caído en letargo por la falta de alimentación. Cuando despertara la obligaría a tomarse un barril de sangre si con eso conseguía mantenerla alejada para siempre.
Suspiró mientras veía su reflejo borroso en el empañado espejo. Agachó la cabeza mientras se quitaba las estúpidas lentillas, luego volvió a levantar la vista y divisó entre el nublado objeto destellos de sus odiosos ojos.
Trecientos años. Trecientos años viviendo como vampiro, pero más de cien caminado sobre la tierra antes de ser convertido. ¿Cuánto tiempo más hubiese vivido si su creador no hubiese decidido abrazarlo? ¿Otro cien años más? Quizás doscientos o trecientos. Su sangre mestiza era fuerte, podría haber alcanzado los cuatrocientos años sin siquiera inmutarse, pero lo cierto era que la otra mitad de sus genes jamás hubiese aceptado la inmortalidad en su persona. Pero aquello se arregló rápido, había aparecido él y le había dado la posibilidad de dejar esa tierra salvaje en donde no era bienvenido e internarse en otro en donde nadie lo conocía ni lo conocería jamás.
Sólo unos pocos conocían sus secretos, incluido su maestro y había tenido suerte de que eran buenos confidentes. Agustín desde el primer momento en que se había dado cuenta de sus orígenes y de quién era su Sire, se había demostrado como si nada supiese, sólo que una otra vez se lo tomaba a broma, pero eso era normal en su persona: la mayoría de las cosas eran bromas para él.
Observó su borroso y empañado reflejo y se fijó en la iridiscencia de su mirada, heredada de su madre y tan particular en su raza. Los destellos azulinos y verdes le daban matices hermosos, pero él lo odiaba. Eran el constante recordatorio del rechazo del mundo. Nadie quería a los mestizos mucho menos si eran mitad humanos. Para las razas mágicas la humanidad era el último escalafón en la jerarquía y en la cadena alimenticia, sobre todo para la especie de su madre que a pesar de tener cierta fascinación a modo de curiosidad por los mortales, odiaban que se les comparara y se les mezclara con ellos: eran bastante elitistas y orgullosos de sus propias tradiciones que no aguantaban cualquier indicio de mancha en su nombre.
Sus ojos resplandecieron con amenaza cuando se acordó de su madre. Era una dama hermosa y poderosa, pero jamás tuvo las agallas para proteger a su hijo de las constantes burlas y del constante desaire por parte de sus congéneres. Se hizo la ciega, la sorda y la muda, después de todo hacía lo suficiente manteniéndolo en su mundo en donde sin duda sería menos rechazado que en el universo humano en donde sería visto como una anormalidad por sus ojos sobrenaturales.
Dejó caer la mano sobre el espejo y lo limpió bruscamente revelando su rostro. Ahí estaba, mirando aquellos inusuales y celestiales ojos, mirando con odio su propio reflejo, porque no había nada en él que no le recordara constantemente que su vida había sido maldita en el mismo momento en que había nacido, y que no pasaría aun cuando alguien decidiera segarla.
Se había acostumbra a estar solo, y maldita sea que era cierto. No necesitaba a muchas personas a su alrededor, se bastaba con las que tenía, pero había aparecido ella y de la nada había comenzado a metérsele bajo la piel. Mierda, era un incordio, una odiosa vampiresa, estúpida y malditamente hermosa, valiente e inocente y todavía no había podido desprenderse de ella y ahora la tenía sólo a unos pasos, impregnando sus cosas con su sutil perfume, invadiendo su sagrado espacio sin siquiera saber lo que estaba haciendo.
Resopló y trató de controlarse. Toda su vida había estado aprendiendo un férreo control y una figura femenina no se lo quitaría. Entraría en ese cuarto y la despertaría, la obligaría tomarse un vaso de sangre lo más fresca posible y la despacharía y procuraría mantenerla alejada de él: no necesitaba ninguna complicación más, suficiente tenía con las que ya poseía.
Se colocó las gafas oscuras y abrió la puerta del baño y salió a su habitación. Quería no mirarla, quería pasar de largo e ir a buscar el estúpido líquido, pero no pudo. Como le había pasado la noche anterior en los dominios de Randall, se quedó mirando su sensual y tierna figura sobre su gran cama: cielos, estaba jodido si no la extirpaba inmediatamente de su desastrosa y oscura vida.
Maldiciéndose por dentro abandonó la habitación, dejando una estela de melancolía y confusión tras sus pasos: el gran Edgard estaba a punto de caer.

Nione se despertó gradualmente pasando por todas las etapas del sueño hasta que se sintió lo suficientemente fuerte para abrir definitivamente los ojos.
El dolor de cabeza la asaltó en el mismo momento en que ingresó a la conciencia; esa era una de las cosas que odiaba del letargo. Se oyó gemir cuando intentó incorporarse. Maldita sea, todo su cuerpo pesaba el triple, era obvio que sus extremidades seguían dormidas y eso la enfurecía, porque la hacían sentir débil y vulnerable, dos cosas que ni de lejos era.
Estaba desorientada. La última vez que había estado conciente, había estado en un bosque… no, mejor dicho había estado en los brazos de ese idiota corriendo por un bosque. Se estremeció y no por la ira que debería haber sentido por aquel desagradable ser, sino por el sentimiento de placidez y bienestar que sintió al encontrarse en los fuertes y protectores brazos de Edgard.
¿A dónde diablos estaba? Porque sin duda que esa gran cama con sábanas de satín negro, no era lo roñosa cama de su habitación en el Delta, y ese olor arrollador y exótico tampoco era el de ella. Maldijo, ese olor ya se le hacía sumamente conocido y aunque odiara admitirlo le encantaba, se le hacía agua la boca.
—Estoy a la deriva. No, creo que he muerto y estoy en el cielo —murmuró sin percatarse que había otra presencia en la habitación.
—No, estás en mi cama y ya es hora de que vayas saliendo de ella —oyó aquella voz que parecía más un gruñido de un perro rabioso que cualquier otra cosa.
Bufó al darse cuenta que la había oído y de que en pocas palabras, la estaba echando. Mierda, si al menos se pudiera mover con normalidad, hace rato que le hubiese saltado encima y le hubiese golpeado hasta dejarle claro con quién estaba tratando. Su mal humor comenzaba a molestarle de mala manera y si no la quería en su cama, porque diablos la había llevado ahí, en primer lugar. Reparando en esa verdad se levantó bruscamente obviando el esfuerzo que le provocaba moverse aún y se sentó fijando su mirada en aquel desgraciado.
Debió haberse quedado tendida y no haberse precipitado cuando ante sus ojos se reveló la imagen más hermosa, sensual y masculina que pudiese existir. No tenía palabras para describir lo que estaba viendo y su cuerpo parecía haber reaccionado ante su presencia.
Nione sabía y estaba más que conciente que ese macho era extremadamente bello, sexy, un dios del sexo, para ser más exacto, pero verlo salido recién de la ducha, con su largo cabello negro cayendo sobre sus hombros aun húmedo por el baño y ver su torso desnudo y toda aquella dorada piel perdiéndose en la negra camisa, que había dejado abierta, lograron que la boca se le secara y que el pulso se le disparara peligrosamente. Tuvo que morderse la lengua para no dejar ver debilidad y perturbación alguna, sin embargo, el calor que sintió en su cara le indicó que todo esfuerzo por ocultarlo era inútil. Dios, por primera vez en su existencia se estaba sonrojando ante la desequilibrada respuesta de su propio cuerpo.
—Esto… yo —tartamudeó, tratando de quitar su vista sobre él. Recorrió su rostro y se dio cuenta de que seguía llevando esas estúpidas gafas lo que provocó, sin lugar a dudas, que quisiera arrebatárselas para descubrir esa parte que él se esforzaba por mantener oculta.
—Toma, bebe y luego lárgate —le ordenó él, mientras le tendía un vaso grande con un espeso líquido rojo.
Su primera reacción fue rechazarlo. No quería beber algo insípido e inconsistente, pero apenas le puso el vaso ante sus narices, todo lo anterior se desvaneció. El olor de aquella sangre era extremadamente apetitosa como si fuese realmente fresca. Sintió que sus colmillos se alargaban y sin prestar atención a nada más y sin cuestionar nada, se la quitó de las manos y se concentró en beber aquel líquido escarlata.
El primer sorbo fue una inyección de vida a su cansado cuerpo; con el segundo, sintió que sus sentidos se activaban, y con el tercero, ya nada pareció existir, sólo esa exquisita sangre y su sed que se iba aplacando poco a poco. Cerró los ojos y disfrutó de esa pequeña tregua. Cuando acabó alzó la vista y se encontró con que él no despegaba su escrutinio de sobre ella lo que la llevó a preguntarse si tal vez la había envenenado.
—No la habrás envenenado, ¿verdad? —le preguntó sintiéndose de pronto demasiado vulnerable ante aquel sujeto, casi como una niña que está frente a una gran bestia e intenta domesticarla.
Él alzó una ceja y dibujó una pequeña sonrisa en el rostro, pero lejos de ser intimidante o amenazante, fue totalmente de diversión, lo que la dejó sin respiración, porque aquel pequeño gesto logró que su rostro se viese mucho más hermoso, si acaso eso era posible.
—No ocupo métodos tan viles, además tampoco gastaría mi tiempo ni mi dinero buscando algún veneno que mate a vampiros. Prefiero los métodos directos, además si quisiera matarte lo hubiese hecho hace rato y no me hubiese molestado en soportar tu cháchara y tu molesta presencia —le contestó volviendo a su usual malhumor, era mucho pedir.
—Entonces, ¿por qué me miras tanto? —le preguntó cautelosamente, tenía miedo que al tender la mano la bestia la mordiera.
Él pareció reaccionar y volvió a refugiarse tras esa gran pared que parecía tener siempre levantada. Volvió a su expresión estoica y el aura de malhumor y de hostilidad se alzó alrededor de él.
—Me estoy preguntando qué necesitaré darte para que te marches de una vez por todas —le espetó fríamente y aquello consiguió sacarla de sus casillas.
Sin meditar mucho, se levantó de la cama y se plantó frente a él, quien por un momento lució ligeramente confuso, pero luego todo rastro de asombro se borró por completo, volviendo a mostrar esa fría máscara.
—Eres insoportable, ¿lo sabías? —le preguntó encarándolo y obviando la amenaza que desprendía aquel macho. Que se jodiera si creía que la iba a intimidar.
—En las últimas horas me lo has recordado mucho —le contestó secamente, pero sin retroceder.
—Entonces deberías preguntarte por qué te lo recuerdo tanto —le dijo.
—No es como si me importara lo que pienses de mí, muchacha —le respondió dejando entrever el fastidio que sentía. Eso era mucho mejor que su fría postura.
—Claro, el Gran Edgard, puede cuidar de sí mismo y no necesita a nadie más. Es feliz con su vida solitaria y trágica —se burló y movió las manos en señal de desprecio a su fachada de chico malo y sufrido—. ¿Sabes una cosa, macho alfa? Esa fachada hace rato que pasó de moda. Harías bien en suavizar un poco tus palabras, tal vez te hicieras con un amigo —agregó sintiéndose demasiado furiosa como para darse cuenta que había tocado fibra, para cuando se percató ya era demasiado tarde para remediarlo.

Edgard sintió que le pegaban una bofetada por lo cual se quedó en una primera instancia demasiado sorprendido para reaccionar, pero cuando se dio cuanta de lo que la chiquilla le había dicho una furia ciega se apoderó de él.
¿Qué se creía esa niñita? ¿Acaso pensaba que conocía la vida como para dar esos juicios de valor sin conocer a la persona?
—Eso tú no lo sabes. Seguramente siempre has estado sumamente protegida tras las paredes del Delta, persiguiendo y cazando a los que se salían de la ley, pero sin cuestionar un minuto por qué lo han hecho. Tengo noticias para ti, princesita, el mundo es mucho más cruel y trágico a como te lo has pintado en tu hueca cabecita. A sus habitantes rara vez les importa lo que el otro piensa. Allí afuera, princesa, reina la ley de la selva: el más fuerte sobrevive, harías bien con recordarlo antes de hablar, muñeca —le gritó sintiéndose totalmente descontrolado y furioso. Esa mujer lo estaba llevando a sus límites.
La vio respirar aceleradamente, pero en ningún momento retrocedió o agachó la vista. Todo lo contrario, mantuvo su mirada alzada, dejando ver el brillo de desafío y de furia que corría en su interior. Aquello logró que se olvidara de todo, su boca se secó y su pulso se aceleró.
—Mierda —maldijo al darse cuenta que la deseaba, la deseaba mucho. La furia y la necesidad reprimida lo estaban agotando a una velocidad alarmante—. Lo mejor será que te vayas —le dijo entrecortadamente, luchando por no lanzarse sobre ella. Quería ahogarla a la misma vez que quería besarla… no, la verdad era que quería poseerle primitiva y salvajemente hasta domarla, hasta demostrarle quién era su dueño. Dios, ¿cuándo había sentido aquel sentimiento de posesión y deseo?
Ella pareció notar su turbación, pero no se movió un ápice. Siguió desafiándolo sin darse cuenta que con eso lo empujaba cada vez al descontrol.
—Y si no me voy, ¿qué me vas hacer? —le preguntó altaneramente sin reparar en el error que había cometido.
Antes de que toda cordura volviera a su cabeza, la tomó por la cintura y la atrajo hacia su cuerpo al tiempo que con la otra mano inmovilizaba las suyas y con su boca capturaba sus labios. Con aquel acto perdió totalmente la cabeza. Todo se desvaneció a excepción de ellos dos y la pasión desenfrenada que había surgido apenas él había capturado esa boca en un salvaje y demandante beso.
Su sabor era exquisito, dulzón y sensual. Un afrodisíaco que hacía mucho más voluble su situación. Sus labios eran suaves y cálidos y respondían a su demanda con la misma necesidad y deseo. Ella dejó escapar un gemido que fue ahogado por su boca. Sintió que las manos femeninas se soltaban de su agarre y se abrían paso por entre su camisa, disparando aún más su descontrol y su excitación. Dios, era perfecta y se acoplaba con delirante precisión a su fornido cuerpo. Era como si hubiese sido hecha para él. Aquello lo asustó a la misma vez que lo complació.
Se separó un poco de aquel refugio y la observó a los ojos, lucía pecaminosamente hermosa con los labios hinchados y rojos por su beso y los ojos nublados por el deseo y la lujuria.
—Si no te vas, voy a follarte, princesa —sentenció volviendo a capturar esa boca con sus labios.
Su entrega fue completa, se rindió completamente a él por lo cual no perdió tiempo en nada más. La recostó en la cama y se colocó sobre ella sin dejar de besarla en ningún momento. Colocó su mano en uno de sus muslos y acarició la tersa piel, deleitándose con la suavidad y la sensación que le provocaba. Ella tembló y jadeo en su boca, mientras acariciaba sus pectorales y su estómago, aquellas caricias lo estaban volviendo loco. La quería desnuda y jadeante por sus arremetidas. Mierda, quería hundirse en ella sin ningún preámbulo, la quería ya.
Comenzó a levantar su vestido mientras que con la otra mano acunaba y masajeaba su pecho que se ajustaba con perfección a sus dedos. Ella se arqueó por el placer que la invadió, rozando su erección que dolió por la espera y el retraso.
—Mierda —murmuró volviéndose a perder en sus labios, pero ella rompió el contacto al poco tiempo. Él la observó y se congeló cuando se dio cuenta lo que pretendía hacer. Las manos de Nione abandonaron su reconocimiento y se alzaron hacia su rostro, hasta agarrar las gafas, pero él no le dio tiempo a quitárselas. Se levantó dejándola jadeante y expectante.
—¿Qué… q —oyó que ella intentaba hablar. Toda la cordura volvió a su cabeza y se maldijo por ser tan débil.
—Será mejor que te vayas —le dijo, comenzando a cerrar su camisa.
—¿Edgard? —lo llamó y trató de cogerlo, pero él se levantó esquivándola. Ella dejó caer la mano y sus ojos se nublaron por la decepción y el miedo.
Bien, ella ahora le temía y lo repudiaba. Debería sentirse alegre, pero la verdad era otra, se sentía malditamente confuso y perdido.
—Ándate, Nione, y no vuelvas —le contestó saliendo de la habitación pegando un portazo.
Una vez fuera se apoyó de la puerta y llevó su mano hacia el rostro cubriéndolo por completo. Jamás pensó que volvería sentir miedo y confusión en los niveles en que lo estaba sintiendo ahora. De pronto, nuevamente se sentía como cuando era niño: la soledad le pesaba ahora más que nunca.
Bajó las escaleras, cogió las llaves de su auto y se marchó arrancando de la criatura que le hacía perder el control de aquella forma.

viernes, 7 de agosto de 2009

Obsesión: capítulo 1

Capítulo 1

Santiago 2008

Angus se incorporó perezosamente en la gran cama de sábanas negras que le servía de refugio durante el día. El sol hace un buen rato que se había ocultado, pero él había permanecido un tiempo estirado en el oscuro lecho, tratando de borrar de su cabeza el mal sueño que había tenido por milésima vez en la semana, aunque sabía que no lo conseguiría, después de todo, aquel rostro lo llevaba persiguiendo por más de cincuenta años y lo perseguiría hasta que su existencia se apagara definitivamente.

Se levantó como si llevara el mundo en sus hombros y con paso lento se encerró en el cuarto de baño. Estaba dispuesto a gastar una buena hora en estar metido bajo el agua caliente si con eso conseguía aliviar en algo el creciente malestar que sentía. Su conciencia cada vez le pesaba más, pero no se podía dar el lujo de que se notara, así que una vez que saliera de su nuevo departamento, volvería a ponerse la fría máscara con la que enfrentaba al mundo.

Se desprendió del oscuro y costoso pantalón de su pijama de seda y se metió en la bañera de mármol negro. Abrió el agua caliente y dejó que aquel líquido hiciera su magia, aunque estaba seguro que ese bienestar sólo le duraría un par minutos o quizás menos.

Cerró los ojos, pero los abrió al cabo de unos segundos cuando notó que la temperatura disminuía. Odiaba esa instancia y a pesar de que sabía lo que vendría nunca estaba preparado para enfrentarlo. Trató de respirar profundo cuando vio que el agua poco a poco comenzaba a teñirse de rojo, envolviéndolo con un macabro manto. Debería estar acostumbrado a aquellas alucinaciones o al menos debería enfrentarlas dignamente, pero lo cierto era, que cada vez se le hacía peor. El tiempo que pasaba no parecía llevarse los amargos recuerdos, sino más bien parecían aumentar y volverse cada vez más nítidos, como una impecable película de terror.

Cerró la ducha de golpe, mientras veía desaparecer por el desagüe los últimos vestigios de la sangre, la sangre de todos los inocentes que había sacrificado en los siglos pasados, aquella sangre que tenía impregnada en la retina y que lo ahogaba en sus sueños, aquella sangre que manchaba sus manos tachándolo como la bestia que era. Hasta los animales tenían más dignidad que él.

Cuando todo acabara, cuando la raza estuviera asegurada en la paz y en la tranquilidad, quizás le pidiera a Theodoro que lo atara a un árbol para que el sol terminara por llevárselo de este mundo. Una muerte dolorosa y lenta, tal vez fuera la mejor forma de terminar de pagar por sus pecados, aunque no estaba seguro que todo el daño que había causado se pudiera pagar con su miserable vida, pero quería intentarlo.

Cada minuto que pasaba el hastío se abría paso con imperiosa rapidez en su cansada mente. La locura estaba pronta. Con casi ochocientos años a cuesta era casi un milagro saberse aún vivo, muchos ancianos de la especie preferían acabar con sus vidas cuando sentían que estaban al límite. La inmortalidad era un arma de doble filo, sobre todo, cuando poseías una mala conciencia.

Salió de la ducha y se envolvió con una mullida toalla blanca que contrastaba con su dorada piel. Se abrió paso de vuelta a su dormitorio, y con la misma lentitud terminó de vestirse con su acostumbrada camisa negra y pantalones a juego. Se calzó sus zapatos hechos para una cacería, pero con la elegancia del mejor burócrata. Tomó las llaves de su nuevo Mercedes negro y salió de su nuevo departamento. Afuera el aire otoñal se abría paso con la promesa de preceder a un oscuro invierno. Se subió a su querido automóvil y lo puso en marcha. Esa noche tendría que lidiar nuevamente con un emergente concejo.

Las reuniones se venían sucediendo desde que Rodrigo desapareciera y Vicente y Anaís se unieran en una simbólica boda. La mayoría de los vampiros influyentes no habían visto con buenos ojos aquella unión, pero él junto a Theodoro habían logrado convencer a la mayoría de que los nuevos tiempos tenían que venir con la paz definitiva de ambas razas, para que así acabaran las muertes innecesarias. Sin embargo, aún habían algunos que se resistían, sobre todos los que pertenecían a los representantes de los Países Bajos, los cuales alegaban que aquello sería una impureza y una traición a la sangre. Y esa noche tendría que volver a lidiar con aquellos argumentos.

—Estúpida guerra —maldijo al doblar en la esquina en que se encontraba el edificio que servía como centro de reunión. Aquella guerra se había llevado lo último bueno que había tenido.

Aparcó en un lugar vacío y se bajó. No prestó atención a la sombra que lo esperaba oculto en un rincón. Si quería hablar con él, no debía ocultarse tanto, no estaba de humor para jugar al espía.

—¿Qué quieres, Carímides? —le preguntó a la sombra que se movió rápidamente hasta quedar al lado suyo.

El macho de ojos diamantinos se unió a su marcha. Por un momento se quedó en silencio para luego romperlo con una profunda y amenazante voz, digna del cazador de quien provenía.

—Esto está empezando a complicarse más que antes, Angus —le dijo.

—Eso ya lo sabía, griego —le contestó de mala forma, aunque sabía que el macho no se ofendería.

—No, no lo sabes, Angus —le volvió a decir—. Hay cierta inestabilidad entre La Sociedad. Está dividida. Hay muchas especulaciones sobre la muerte de Anastasia y la desaparición de Rodrigo. Los ánimos están bastante caldeados entre los que creen en el nuevo porvenir y los conservadores que quieren mantener el antiguo régimen. No sé en qué estabas pensando cuando decidiste creer en las palabras de esa diosa — agregó, mientras se abrían paso por el gran pasillo, adornado con costosas pinturas.

—Yo tampoco lo sé muy bien, Carímides, pero eso no tiene por qué saberse —le contestó fríamente, antes de abrir las grandes puertas que daban a la sala de reuniones.

La vista fue inmediata. La circular Sala del Concejo estaba atestada de vampiros en un costado y dos representantes lupinos en el otro.

—¿Desde hace cuánto que no veíamos a la raza vampírica reunida casi en su magnitud, Angus? —le preguntó Carímides.

—Desde el 1800, viejo amigo. Cuando aún debíamos celebrar los consejos de guerra con los líderes de cada pueblo —le contestó. Ese día se habían unido más a la reunión. Podía observar a los representantes de Asia mirando ceñudo a los dos cambia formas que no parecían inmutarse ante el escrutinio.

—No me gustaría estar en tu pellejo —le respondió el griego.

—En este momento no harán nada para contradecirme, Carímides. Los años pesan y hasta el momento yo soy el más viejo que va quedando. Hay que estar atento a lo que se habla entre ellos fuera de las instalaciones. Es ahí en donde se tiene lugar las conspiraciones, griego.

—Cómo sea, esto cada vez se ve más complicado, Angus. ¿Cuántos crees que realmente están de tu lado? —le preguntó, mientras barría la sala, fijándose en cada uno de los miembros.

—Menos de la mitad, con suerte —le respondió lacónicamente.

—Y en ese menos de la mitad, ¿en cuántos crees que puedes confiar realmente? —le volvió a preguntar.

—En ninguno —le contestó—. En la política no se puede confiar en nadie, griego. Sólo en los que han luchado contigo mano a mano —agregó, mientras se abría paso hacía el puesto central. La sala se quedó en silencio apenas vieron entrar al más antiguo que iba quedando—. Esta noche debemos prepararnos para una larga conversación, viejo amigo. Creo que el último que faltaba por llegar ha decidido hacer acto de presencia—le dijo.

Carímides entendió la indirecta porque disimuladamente observó hacia el lugar en que se encontraba el alto macho de mirada oscura. El ruso, miembro constituyente del disuelto Concejo de Anciano, los miraba desde uno de los puestos, con su magnánima presencia.

—¿Realmente crees que Dimitri está en contacto con Rodrigo? —le preguntó el griego por medios psíquicos.

—Nunca hay que descartar nada, Carímides. En esta sala con suerte evitaríamos sacarnos la cabeza tú y yo, y hasta eso lo dudo —le contestó con la usual calma que le mostraba a todo el mundo.

El griego lejos de ofenderse esbozó una pequeña sonrisa de camarería.

—Quizás las bolas peludas nos ayudarían a arrancar unas cuantas cabezas antes de que nos preocupáramos de enfrentarnos entre nosotros.

Él dejó escapar una silenciosa carcajada antes de sentarse en su lugar y enfrentar al expectante grupo. Fijó la mirada en los dos lycan y con un gesto de la cabeza los saludó. Vicente y Sebastián le devolvieron el saludo, antes de que él se dispusiera a hablar. La sala volvió a quedarse en silencio a la espera de las palabras de su substituto líder, evaluando cada detalle por muy mínimo que fuera.

La raza vampírica no perdonaba fácilmente los errores, así que al mínimo fallo él y los cuatro vampiros que habían participado en la lucha contra Rodrigo, terminarían, sin duda, en un lindo baño de sol. Y eso por muy tentador que le pareciera, no era un lujo que se podía permitir. Primero erradicaría las antiguas costumbres y conduciría a esa inestable raza a nuevos días. Sólo necesitaba pronunciar las palabras adecuadas para convencerlo de que todo había llegado a su fin. Luego, podría darse todos los lujos que quisiera. Estaba a punto de hablar cuando la puerta de la sala se abrió estrepitosamente, una femenina figura, seguida de un macho de cabello oscuro irrumpieron en la sala.

Mio amico, hay una noticia que debemos darte —le habló Theodoro con aquella sonrisa que no presagiaba nada bueno.

—¿Qué ha pasado? —se oyó preguntar.

—Las Sombras parecen haber decidido abandonar la ciudad y el país. Las cloacas están vacías, es como si nunca hubiesen existido —le habló la exquisita voz de Laura, que con paso majestuoso se adelantó hasta quedar frente a frente a él. Y extrañamente se quedó sin habla al perderse en el verde de sus ojos.

Ni la forzada tos de Carímides ni la risa burlona del italiano lograron sacarlo del ensimismamiento en que pareció hundirse. Por un momento sólo existió en su mente la profundidad de esos ojos. Todo lo demás pareció desvanecerse.

Rodrigo bajó del destartalado automóvil y sonrió de malas ganas cuando vio que la excavación iba a paso de tortuga. Los humanos que había contratado para la faena carecían de rapidez y de cerebro, porque si tuvieron esto último, sabrían que lo que él quería era que se apuraran.

Caminó altaneramente entre la tierra removida y bajó ágilmente hacia la precaria entrada a una de las tantas ruinas que tenía en su viejo mapa. Uno de los sujetos que estaban a cargo de aquella misión lo vio y se aproximó a él. Claramente el humano no tenía idea de con qué criatura estaba tratando, porque si lo supiera se mostraría mucho más dócil.

—No esperábamos que se apareciera por estos lados —le dijo el humano en un perfecto inglés a pesar de que el sujeto era japonés—. Al menos no hasta primera hora de la mañana —agregó el sujeto y el no pudo evitar esbozar una sonrisa irónica.

El humano no tenía la culpa de ser ignorante, no tenía culpa de no saber que el era una criatura nocturna incapaz de salir a pleno sol, y tampoco tenía la culpa de no saber que él tenía la capacidad de rasgarle el cuello en menos de lo que lleva pestañar.

—Preferí darme una vuelta ahora. Mañana estaré muy ocupado, sin embargo, veo que no han avanzado nada, eso me molesta mucho señor Takashi —le espetó inyectándole a su voz una oscura amenaza que hizo tiritar inconcientemente al humano—. Contraté a su empresa porque creí que era la mejor. Mi tiempo aquí es limitado Takashi San, así que no me puedo permitir perder más tiempo —agregó arrastrando las palabras en una danza macabra.

El humano lo miró y se quedó tembloroso pegado al suelo. Él le dedicó nuevamente aquella sonrisa cargada de malignidad y fastidio, lo que aumentó el sensato temor en el japonés. El individuo agachó la cabeza en señal de disculpa y de respeto y comenzó a dar órdenes a los obreros que seguían excavando sin haber parado ni un segundo.

Rodrigo volvió a ponerse en camino y desplegó su aura oscura, infundiéndole a todos los humanos presentes la dosis necesaria de miedo, cada uno de los trabajadores agacharon las cabezas en señal de sumisión. Si hubiese querido ser más malvado, hubiera sacrificado a uno de los obreros, despellejándolo delante de sus compañeros para que se pusieran a trabajar más rápido. Tal vez, si se seguían demorando, lo hiciera; sin embargo, tendría que pensarlo bien, los japoneses eran algo supersticioso, no querría llamar demasiado la atención sobre su persona.

Las miradas de soslayo iban y venían y él avanzaba a paso lento observando con magnánima superioridad el pobre trabajo. Llegó hasta la entrada de la ruina y se detuvo a mirar los signos que adornaban la vieja y destruida construcción. Takashi se acercó a él y murmuró:

—Es del periodo Heian.

—Ya lo sé, Takashi san —le contestó tratando de sonar amable.

El humano volvió a hacer una reverencia y se volvió a su trabajo.

Rodrigo observó con detenimiento el portal y suspiró. Tenía la fuerte impresión de que allí no encontraría nada, sin embargo, a pesar de tener la certeza de estar perdiendo el tiempo, debía seguir con las excavaciones, no se podía dejar llevar sólo por un instinto. Lamentablemente debía agotar todo antes de abandonar.

Antes de girarse y subirse nuevamente al viejo Jeep, se detuvo en seco cuando sintió la presencia del Diluviano.

—Señor, los avances son lentos —le dijo y él estuvo a punto de descargar su frustración e ira con él, pero se contuvo. No podía permitirse un espectáculo. Aún no, hasta que encontrara lo que andaba buscando.

—Lo sé, Nigromante, —le susurró cosa que sólo él escuchara.

—Hay unos cuantos que gustosos harían el trabajo de estos humanos, señor —le murmuró de la misma forma—. Sólo tendría que prometérselos como alimento y excavarían a una doble velocidad —agregó y él estuvo tentado de aceptar.

—Taken, no es el tiempo aún de que muestres mis cartas —le contestó, llamándolo por primera vez por su nombre—. Estoy sumamente seguro que Angus está al pendiente para encontrarme ocupar a Las Sombras en esta instancia sería estúpido.

—Pero, señor, el hecho de que Las Ratas hayan abandonado la ciudad será motivo de sospechas —argumentó.

Rodrigo miró nuevamente en dirección de la faena y sonrió.

—No me subestimes, Nigromante. Mientras Las Sombras se mantengan alejadas de mí, me servirá para despistar a Angus y a sus tontos cazadores. Además ya tengo a alguien instalado en el concejo, y estoy seguro que hará muy bien su trabajo —le murmuró y se encaminó hacia el pobre coche. Se subió y echó a andar el motor mientras observaba nuevamente la ruina—. Cualquier cosa, comunícate conmigo —le dijo al nigromante.

Taken asintió y le dedicó una macabra sonrisita, entre complicidad y diversión.

—Y procura buscar tu alimento lejos de la zona. No es momento para poner nerviosos al ganado —agregó refiriéndose a los trabajadores—. Una vez que el trabajo esté hecho, podrás hincarle el diente a uno que otro, mientras tanto, refrena tus instintos.

El Diluviano dejó escapar una oscura carcajada que logró poner nerviosos a los japoneses que echaron miradas furtivas hacia su dirección. Pobres idiotas.

—Como quieres —le contestó Taken y se giró para volver a su sitio.

Rodrigo puso en marcha el automóvil y se internó en el hostil paisaje, dejando atrás el supuesto campamento arqueológico que estaba financiando. Lo que ningún humano sabía era que lo que él estaba buscando estaba muy lejos de ser una simple pieza de museo. Lo que él estaba buscando le devolvería el puesto y el prestigio que Angus le había robado, y acabaría de una vez con la odiosa raza lupina. Sólo debía encontrarlo.

Una vez que la faena concluyera, si no estaba entre esas ruinas, viajaría a Egipto, tal vez entre toda esa arena al fin lo hallaría. Sólo un poco de paciencia y luego todo acabaría.

Laura observó la circular sala antes de fijarse en el vampiro que se encontraba en el centro de todos los representantes. La púrpura y profunda mirada de Angus se clavó en la de ella y por un momento sintió que toda la sala desaparecía. No era la primera vez que le pasaba, de hecho era algo que le ocurría con bastante frecuencia cada vez que se enfrentaba a Angus. Desde que lo había conocido hace unos treinta años atrás, se había quedado prendada de él, sin embargo, Ang parecía sólo tener ojos para su discípula, así que ella sólo se había limitado a quedarse en las sombras, conformándose con mirarlo de la lejanía, desde la seguridad del anonimato.

No se dio cuenta de que todos estaban pendientes de ellos dos hasta que Theodoro la sacó de su ensimismamiento.

—Al parecer se sintieron intimidadas y salieron corriendo de la ciudad.

No pudo evitar parpadear de asombro ante la aseveración de Theo. De verdad que a veces le sorprendía la sencillez y la ingenuidad con la que enfrentaba los problemas. No, mejor dicho con la temeridad con la que los enfrentaba, ya que para él no había diferencia alguna entre los casos: si había que luchar, se luchaba y fin de la discusión. Lo peor era que el macho parecía disfrutar de sobremanera, quizás psicópata sería la palabra correcta para definirlo, sin embargo, era sumamente leal, quizás demasiado.

—No quedó nada, al menos en los puntos más comunes de la ciudad —se oyó decir, mientras los murmullos se expandían en toda la sala, por lo cual, por primera vez desde que había entrado en el lugar, dio una vista general.

La sala circular estaba atestada de vampiros, era un tumulto de los más ancianos de la raza, pero ninguno se asimilaba ni se acercaba ningún poco a la edad que tenía Angus, quizás por eso todos los presentes no se alzaban en una revolución. Dentro de la estirpe vampírica, los años pesaban por lo cual atacar o pensar en asesinar a un vampiro que te superaba en edad era considerado una traición.

Sin duda, que todos ellos y sobre todo Angus estaban en la cuerda floja, sin embargo, con respecto a este último contaba con la ventaja de sus casi ocho siglos que superaba con creces los seis de Theo que era el que lo seguían en edad, y los quinientos años de Dimitri que se coronaba en este momento como el tercer anciano. Dios, el Ruso era un macho peligroso inestable. No se fiaba de él, sobre todo por esa mirada oscura y penetrante que resguardaba quizás qué oscuros y desagradables secretos, no, por donde lo miraba nada en él le daba confianza, pero había sido miembro fijo del concejo de ancianos, del Senado, así que debía respetarlo aun cuando no le gustara ni siquiera un poco.

Desvió su vista de Dimitri y volvió a fijarla en Angus que se veía sumamente fastidiado, quizás haberse aparecido así como así cuando los ancianos del resto del mundo estaba celebrando la décima reunión en la semana, no había sido muy buena. Pero ambos, Theodoro y ella, no habían podido aguantarse.

Las Sombras era un sub clan. Su nacimiento había sido un misterio para todos y lo seguiría siendo. Eran vampiros que guardaban celosamente sus secretos y sus artes. Se vendían al mejor postor y su apariencia era desconocida por todos, poseían un don único que les permitía mantenerse en la oscuridad para no ser visto, ya que al parecer su aspecto era vil y poco agradable para la vista. Rodrigo los había contratado para eliminar a Angus y a todo aquel que estuviera relacionado con él. El contrato debería haber durado hasta que se esfumó de la faz de la tierra, pero al parecer no era así, porque Las Sombras también habían desparecido. Dios, ¿qué le podría haber ofrecido Rodrigo para que abandonaran la ciudad así como así? Debería estarle pagando con algo sumamente importante o sino de otra manera no se arriesgarían.

—¿Y qué tiene que ver eso con nosotros? —oyó que alguien preguntaba.

Calmadamente se giró y observó al que había hablado. Un vampiro sumamente corpulento y para nada agraciado sonreía con suficiencia y pedantería. A Laura le dieron ganas de golpear su feo rostro hasta hacerlo sangrar por aquella estúpida expresión que adornaba su cara, pero se contuvo, en parte porque si lo hacía todo lo que Angus y Carímides habían ganado en la última semana se vendría a bajo en lo que lleva pestañar. Antes de que pudiese replicar algo, se le adelantaron.

—Mucho, Kurt. Demasiado diría yo si los últimos con quien trató Rodrigo antes de desaparecer y con quién pactó un trato para matarnos y deshacerse de Vicente, junto con los documentos que dejó José, fueron con Las Sombras —sentenció Angus con voz afilada y demasiado fría.

Laura giró su rostro hasta él y tuvo que contener el aliento. Ante el concejo estaba nuevamente el anciano y el líder de La Sociedad en todo su esplendor y así lo supo Kurt porque inmediatamente borró su idiota sonrisa y se sentó sin decir ninguna palabra más. El resto de los vampiro comenzaron a murmurar, pero ninguno parecía atreverse a decir lo que pensaba en voz alta.

—Creo que deberíamos empezar una cacería —aportó otro macho, de constitución delgada, pero letal, se podía ver en sus negros ojos y en sus facciones.

Una nueva oleada de murmuraciones se extendió.

—Claro y con eso lograríamos levantar demasiado ruido. Si es verdad lo que Angus dice, entonces Rodrigo estará al pendiente de nosotros —agregó otro macho.

—¿Y sólo porque Angus lo dice, tenemos que creerle? —preguntó otro que tenía rasgos aristocráticos y parecía salido de una película del siglo XIX, era probable que en vida hubiese sido un noble inglés, aquella idea le dio un escalofrío, por lo cual desvió la vista inmediatamente.

—No, claro que no, lord Redmond —contestó Angus con una calma espeluznante—. Porque no lo digo sólo yo, Robert, lo dice Gea y eso ya nos lleva a un plano que escapa a todo nuestro control. Estamos hablando de órdenes divina y contra eso no tenemos mucho qué hacer.

—Entonces que Gaia se aparezca en esta reunión y confirme tu desfachatada historia, Yves —habló otro vampiro y por un momento no supo a quién se estaba dirigiendo, pero cuando Angus respondió supo que aquel era su apellido, ¿cómo nunca antes se lo había preguntado?

—Eso no podrá ser, Yair —contestó secamente Angus.

—¿Y por qué no? Seguramente porque todo lo que estás diciendo es mentira…

—Porque Gaia no responde a órdenes. Nadie le dice a la diosa lo que tiene qué hacer, chupasangre —habló por primera vez Vicente que estaba al lado de Sebastián y ambos tenían cara de pocos amigos, era obvio que se sentían fuera de lugar.

Los susurros de desaprobación se elevaron. Estaba claro que a los vampiros no le gustaba la presencia de los dos cambia formas.

—¡Silencio! —oyó que levantaba la voz Angus y al momento todos se quedaron en silencio.

Laura observó nuevamente la sala y se sorprendió cómo la mayoría parecía sumamente incómodos por no poder hablar. Vaya, sí que los años pesaban.

—Vicente tiene razón, señores —concluyó Angus con el mismo autocontrol que venía mostrando desde que comenzaron las reuniones—. Es una diosa, por lo cual sumamente delicada en cuanto a las órdenes. Si ella quisiera aparecerse ante ustedes lo haría, pero al parecer no es el caso.

—Por favor, Angus. ¿No te das cuentas que nos estás entregando una linda historia de hadas sin pruebas concretas? —le preguntó Yair sin disimular su desprecio.

—Es verdad, lo único con lo que contamos es con tu versión de los hechos y nada más. No puedes esperar que te sigamos ciegamente, Yves —Volvió a hablar el noble inglés.

Angus se reclinó en el asiento y penetró con la mirada a Lord Redmond antes de volver hablar lentamente.

—Claro que sí, señores, estoy sumamente conciente sobre el asunto —sentenció—. Y tampoco espero que me crean ciegamente, sólo les pido un voto de fe y tiempo para demostrarles que lo que les vengo diciendo es verdad —concluyó—. No creo que sea mucho pedir. Está claro que en este momento nos encontramos en una situación delicada y por edad me toca a mí tomar las riendas de la raza les guste o no. Rodrigo ha desaparecido, dudo mucho que esté muerto, por lo cual nuestro deber es encontrarlo y hacer que compadezca ante el concejo, pues entonces tendrán el segundo punto de vista de esta historia, mientras tanto pueden seguirme o estar en contra mía. Pero mi consejo es que opten por lo primero, señores, porque sin duda es lo más sabio —agregó con la amenaza impregnada en la voz y resaltada con el brillo de peligro de sus púrpuras ojos.

Toda la sala se quedó en silencio sopesando cuál sería la mejor forma de proseguir al final el único que habló y cerró la discusión por esa noche fue el Ruso con su fría y tenebrosa voz.

—Le encuentro toda la razón a Angus, caballeros. Es nuestra única opción así que debemos tomarla. Además ya tendremos el tiempo necesario para hacer pagar al culpable, después de todo lo que más nos sobra es tiempo —concluyó sin despegar su negra mirada de los morados ojos de Angus estableciendo una silenciosa lucha o tal vez una silenciosa postura de principios.

—Pues entonces a votar, ancianitos —habló Carímides—. Quien quiera dar su voto de fe que levante la mano —indicó, tras lo cual más de la mitad de los reunidos dio su voto. El resto se levantó en silencio y salió de la sala.

Ella se quedó parada en el mismo lugar mientras Theodoro se acercaba a los dos hombres lobos y establecían una silenciosa y privada conversación. La sala comenzó a vaciarse, pero ella no sintió las ganas de salir de ahí. Lo último que había dicho Dimitri le había parecido que había ido con segundas intenciones. Dios, pero ¿quién en esa sala decía completamente la verdad? Después de todo eran vampiros y la honestidad tomaba un matiz de relativismo. Suspiró y movió la cabeza negativamente.

—Laura —al oír su nombre se sobresaltó, cuando levantó su rostro se encontró con los ojos de Angus que la miraban fijamente. Se puso inmediatamente nerviosa.

—¿Si? —le preguntó completamente incómoda.

—Sígueme —le ordenó y salió de la habitación dejándola atrás.

Ella se quedó parada tratando de procesar lo que le había dicho, luego se dio cuenta de que él ya se había perdido en el largo pasillo. Suspiró nuevamente y salió tras de él.

Submundo: capítulo 6

Capítulo 6:

Nione despertó lentamente con la cabeza aún en el reino de los sueños. Lo primero que divisó cuando tuvo los ojos abiertos fue la alta bóveda del lugar en que se encontraba y por un momento se sintió desorientada hasta que su cerebro comenzó a funcionar de nuevo. Miró a su lado y vio y sintió que su mano estaba siendo sostenida por alguien más, se acercó a la orilla de la cama y para su sorpresa encontró al mismo sujeto que la había seguido y que la había manoseado e insultado el día anterior, sentado en el suelo con una de sus manos sosteniendo la suya.
Llevaba puesta las mismas gafas oscuras y estaba sumamente quieto. Nione debería haberse enojado, pero lo cierto fue que se quedó perdida observándolo, mientras comenzaba a acercarse poco a poco a su lado.
Se soltó del agarre y se bajó de la cama hasta quedar al frente de él y comenzó a examinarlo como un gatito curioso. Dormido se veía mucho más hermoso. Las líneas duras de su cara parecían suavizarse hasta adquirir la expresión de un niño inocente cuya única preocupación es la diversión del día a día. Estuvo tentada de pegarse a su cara para observar y examinar a precisión aquel tentador y bello rostro, pero se contuvo, al menos un poco, ya que sólo se conformó con estirar sus manos y sacarle lentamente las gafas. No podía entender cómo no podía despegarse de ellas aun cuando se quedaba dormido.
Hubiese sido perfecto si hubiese podido regocijarse al verlo sin los lentes, pero lo cierto fue que no tuvo ni siquiera tiempo de respirar cuando él abrió los ojos y con un rápido movimiento la lanzó al suelo y cayó sobre ella con una daga en su cuello.
Sintió terror, admiración y excitación, una mezcla de emociones que no le servirían para sobrevivir si él decidía rebanarle el cuello.
Fijó su verde mirada en la de él y se perdió en el oscuro pozo que eran sus ojos. Él la observaba completamente ido y con rabia. Estaba segura que no la reconocía y que lo único que la separaba entre la vida y la muerte era aquel pequeño deje de cordura que podía vislumbrar en su negra mirada.
Trató de tranquilizarse y obviar el hecho de que tenía una daga pegada al cuello y lo observó detenidamente. Casi se quedó sin respiración nuevamente cuando vislumbró parte de su torso. Su negra camisa estaba abierta hasta el tercer botón dejando ver sutilmente la dorada piel de su atacante. Se maldijo por dejarse llevar por la lujuria y no por la cordura en ese momento en que su vida corría peligro, pero era sumamente difícil concentrarse cuando tenías un cuerpo como el de él sobre el tuyo. Dios, estuvo tentada en recorrerlo con las manos y después dejar que su boca hiciera lo mismo…
—Mierda —masculló.
¿En qué diablos estaba pensando? era una tonta. Aquel sujeto no había dejado de insultarla desde que se conocieron y ella sólo atinaba a comérselo con el pensamiento; además de que no se encontraba en la mejor de las situaciones. Él tenía contra ella una daga que en cualquier momento se hundiría en su vena enviándola derechito a un viaje al infierno y a ella sólo se le ocurría examinarlo de pies a cabeza.
—Muchacho… —habló en un susurro. Él pareció comenzar a volver a la realidad, pero no estaba muy segura—. ¿Podrías salir de encima mío? —le preguntó muy bajito.
Edgard volvió a la realidad. Se sentía agitado y desorientado. Lo primero con que se encontró fue con un par de ojos verde avellana que lo miraban precavidamente. Bajó la mirada y vio que sostenía una de sus dagas, una de las cuales no se había quitado, en el cuello de Nione. Bajó aun más la vista y vio el pequeño, pero sexy cuerpo de ella enredado con el suyo y tuvo que reprimir un gemido al sentir sus curvas pegándose a su duro cuerpo. Levantó la mirada bruscamente y comprendió todo al darse cuenta que no tenía sus gafas puestas, agradeció no haberse quitado las lentillas aunque ahora sentía los ojos irritados.
—¿Qué diablos? —preguntó, pero no esperó a que le contestara: ya lo había comprendido todo—. Idiota —le gritó antes de quitar la daga y enterrarla en el suelo, al lado de su cabeza para infundirle cierto miedo. Realmente debía ser estúpida. ¿Cómo se le ocurría acercarse a él cuando estaba dormido? ¿Acaso no tenía instinto de conservación? —Eres completamente estúpida —volvió a agregar mientras no hacía intento alguno por levantarse y alejarse de ella.
—Para un poco, sabelotodo —lo increpó ella sin hacer el intento de desprenderse de él.
—¿Cómo quieres que te trate mejor si lo único que has hecho desde que nos conocimos es ser una idiota imprudente, princesita? —la increpó él pegándose aún más a ella.
Vio que ella abría la boca y la volvía a cerrar, en cambio lo fulminó con su verde mirada hasta asegurarse de que había comprendido el mensaje. Edgard sonrió un poco al verla bajo él, sentirla muy cerca suyo… vaya, podía acostumbrarse a esa sensación.
—Sal de encima mío, pervertido —ella le volvió a gritar y él supo por qué. Estaban bastante cerca, demasiado para la paz mental de ambos y él estaba sufriendo una excitación matutina.
—¿Pervertido yo? —le preguntó burlonamente al oír que ella dejaba escapar un gemido, tras lo cual se ruborizó considerablemente—. Discúlpame, princesita, pero no fui yo él que se acercó a ti mientras dormías y te atacó —agregó mientras le dedicaba una sonrisa irónica y divertida.
Nione quiso que la tierra se la tragara. Estaba sintiendo en su estómago la dura excitación de él y lo peor era que no le disgustaba demasiado, cosa que logró que se sonrojara en extremo. Además el bastardo se estaba burlando de ella sin pudor alguno por su pequeño problemita, mejor dicho “gran problemita”.
—Sólo quería ayudar, por eso te quité las gafas. ¿Acaso no te las quitas ni para bañarte? —le preguntó, pero luego se arrepintió. Un brillo demasiado lobuno cruzó sus negros ojos que estaban algo irritados, pero que no le hacían perder el indudable atractivo, todo lo contario, se lo acentuaba.
—No, princesa, ni siquiera para follar —le contestó secamente y pareció regocijarse cuando ella se sintió aun más avergonzada.
—Eres un maldito… —pero no terminó la frase, él la miró mortalmente serio.
—Deja de removerte si no quieres comprobar lo que te he dicho —le dijo, volviendo a su tono gélido.
Nione se quedó quieta, muy quieta al ver la expresión del rostro de él, pero el bastardo no hacía nada por quitarse de encima.
—Entonces sal de encima —le dijo y él la penetró con su mirada hasta hacerse a un lado.
Se sintió un poco defraudada y un poco aliviada de que la dejara marchar. Se sentó al lado de él y lo observó de reojo hasta que vio que él tendía su manos hacia ella como pidiéndole algo.
—Los lentes —le ordenó sin siquiera mirarla.
—Sí que eres un idiota —le contestó, mientras le entregaba las oscuras gafas. Él las recibió y se las colocó antes de volverla a mirar y sonreírle con aquella sonrisa de suficiencia y burla que parecía ser su especialidad.
—Lo mismo digo, princesita, lo mismo digo —le respondió él y estuvo a punto de contestarle pesadamente lo que los hubiera llevado a una nueva disputa, cuando fue interrumpida por la presencia de Randall quien se apoyó en el umbral de la entrada y los observó silenciosamente antes de darle los buenos días.

—¿Durmiendo, vampiro? —oyó que le preguntaba Randall con una sonrisita de suficiencia en su rostro.
Edgard no le contestó, ya no le quedaban ganas de responder a ninguna pulla, así que simplemente se levantó del suelo y sin mirar a aquella cosita que estaba al lado suyo, llegó hasta la puerta en donde se encontraba el líder de los cambia formas, quien había cambiado su expresión de burla por una más seria al darse cuenta de que él no estaba para bromas.
Sin embargo, cambió de idea, dio media vuelta y cogió sus armas. Se las guardó lentamente y con una calma fríamente calculada salió de la habitación sin hacer el menor comentario.
Sentía el pulso acelerado, demasiado acelerado para su tranquilidad. Dios, nunca se había excitado así por una mujer. Sólo con un toque, con un roce, con un suspiro lo ponía a mil. Aquella muchachita era un peligro para él, así que lo mejor era desprenderse de ella lo antes posible.
Caminó por los silenciosos corredores hasta que alcanzó el exterior. Era una mañana despejada, demasiado despejada. El sol se abría paso entre los árboles e iluminaba con intensidad el verde de sus hojas. Corría una suave brisa que acarreaba los olores del antiguo bosque y el sonido que hacían los pequeños animales que vivían en ese lugar.
Debía serenarse y volver al férreo control que lo caracterizaba. Aún tenía que aguantarla a su lado hasta que salieran de los territorios de Randall, después de eso se aseguraría de no volver a topársela.
Se apoyó en la fría roca y extrajo de un bolsillo interno una cajetilla nueva de cigarros, sacó uno y lo encendió. El tabaco siempre lo calmaba, le ayudaba cuando estaba al límite de perder la razón y le ayudaba cuando tenía que pensar. Dio la primera calada y disfrutó el sabor que se instaló en su boca, soltó el humo y se entretuvo formando anillos con él hasta que el cigarro se consumió por completo.
—Más te vale que guardes esa colilla si no quieres que ninguno de los cambia formas te separe esa linda cabecita tuya del resto de tu cuerpo —se burló ella. Maldita sea, no había tenido ni diez minutos para él sólo—. Y después me dices que yo soy la insensata y la estúpida —agregó.
Edgard no la miró, no bajó la vista ni le contestó. Si lo hacía estaba seguro que volvería a caer en la tentación. Toda su respuesta fue sacar nuevamente la cajetilla y echar ahí la colilla apagada para sacar nuevamente otro cigarrillo y volverlo a encender.
—No digas que no te lo advertí —le dijo con un tono de voz cantarín que lo enfureció un poco más, sin embargo, se lo tomó con suma calma.
Con lentitud apagó el cigarro en la fría piedra y con los mismos movimientos volvió a meterlo en la cajetilla que guardó nuevamente en el bolsillo interno. Luego giró su rostro con la misma tranquilidad con la que había hecho todo lo anterior y la observó. Ella sonreía, tenía una sonrisa dulce y fresca como la mañana. Esta vez ya no iba descalza, sin duda que Randall le había proporcionado aquellas trabajadas sandalias.
—¿Ya estás lista? —le preguntó con un tono de voz que marcó una importante distancia. Ella lo advirtió inmediatamente porque la sonrisa de su rostro cambió y la expresión de confianza que brillaba en sus ojos se apagó, siendo reemplazada por un sentimiento de precaución. Eso era lo mejor, que le tuviera miedo y recelo.
—Sí…
—¿Dónde está Randall? —La cortó en seco. Sabía que quería preguntarle qué era lo que le pasaba y él no tenía gana alguna de responderle.
—Venía tras… —se detuvo y se giró para mirar detrás de la caverna—. Aquí viene…
—Bien —la volvió a interrumpir.
Pudo ver que ella se volvía y lo fulminaba con la mirada, pero a él no le importó. Se paró frente a la entrada y le tendió la mano al macho que salía en ese momento de la caverna.
—Ya veo que tienes prisa, vampiro —le contestó Randall mientras estrechaba la mano de él.
—Tengo trabajo, lobo, trabajo que hace rato se fue de estas tierras —le respondió haciendo alusión al renegado y sin importarle que Nione estaba ahí y que lo más seguro era que se pusiera hacer preguntas.
—Es un gusano escurridizo, se volvió a escapar aun bajo las narices de mis chicos —agregó él mientras observaba a Nione quien tenía una cara de pregunta que no se la sacaba nadie.
—Sí, pero no es rival para mí —sentenció antes de girarse y quedar frente a ella—. Bien, nos vamos —le dijo y se sorprendió al ver la cara de pocos amigos que ésta le dedicaba, entonces supo lo que vendría a continuación.
—¿Quién te crees que eres para venir a darme órdenes? —le preguntó sumamente indignada, pero él no estaba para aguantar ni pataletas ni berrinches, así que le contestó seca y fríamente, cosa que la dejó descolocada.
—Pues si no quieres venir conmigo, por mí bien. Hasta nunca —se despidió y se giró para internarse en el bosque, dejándola definitivamente y para siempre. Mientras se alejaba pudo sentir la carcajada característica de Randall por lo que supo que Nione se había lanzado tras suyo, pero él no hizo nada por esperarla, siguió con su mismo paso obligándola así a que se esforzara por llegar a su lado.
—Eres un insufrible, eso es lo que eres —le espetó a unos pasos de él.
—Lo que digas —le respondió sin un atisbo de simpatía en la voz.
Eso le enseñaría a mantener la distancia con él.

Nione lo odió hasta lo más profundo de su alma. Nunca en sus doscientos años de no muerta había conocido a alguien tan insufrible como él, con sus aires de súper estrellas y de macho alfa que la cabreaba hasta querer ser ella quien le desprendiera ese lindo rostro de esos fantásticos hombros. No podía entender cómo se había excitado y cómo había pensado por un momento en coquetear con ese bloque de hielo.
Se puso a su lado, después de tener que correr un poco para alcanzarlo y no porque quisiera estar en compañía de él, sino porque aún tenía la palabra en la boca y necesitaba dejarle en claro lo que pensaba sobre su persona.
Nunca en su vida se había sentido tan enojada ni tan descontrolada. Era cierto de que era un poco impulsiva cuando estaba en una misión, sin embargo, también era sumamente controlada con sus emociones. Su impulsividad estaba ligada al ataque y a las decisiones que tomaba con respecto a sus misiones, pero no tenían nada que ver con sus sentimientos, los cuales, siempre mantenía a raya, pero ahora se sentía sumamente furiosa e insatisfecha.
Él parecía dispuesto a ignorarla hasta que salieran de esas tierras, cosa que la cabreaba aún más. Lo detuvo, pero él no se inmutó, siguió caminando. Mierda, si al menos se sacara esas estúpidas gafas al menos tendría la posibilidad de sondearlo, pero no, siempre con sus queridos lentes, lo que la hacía preguntarse qué era lo que ocultaba.
No sabía nada de él, a duras penas sabía que se llamaba Setti, pero no tenía idea de ningún otro dato. Tampoco sabía el por qué de su presencia en esos lugares, aunque tenía la leve sospecha de que iba detrás del mismo objetivo que ella.
—¿Quién eres? —se oyó que le preguntaba. Él no hizo ni el mínimo gesto de responderle—. ¿Por qué vas tras el renegado? ¿Por qué tienes las mismas balas que en teoría son propiedades del Delta? ¿Por qué estabas en la fiesta de Eric y por qué me observabas? ¿Por qué me salvaste la vida? ¿Por qué te quedaste y no te marchaste cuando tuviste la oportunidad? ¿Desde cuándo conoces a Randall? ¿Quién es tu maestro y…
—Mierda, cállate. Tu voz me saca de quicio —la cortó en seco al mismo tiempo que se detenía y la enfrentaba.
Su rostro estaba sereno a excepción de su boca que estaba tensa por el férreo control al que se estaba sometiendo.
—Interesante… —murmuró al ver que luchaba por mantenerse controlado, así que resolvió empujarlo para que perdiera el control y le contestara unas cuantas preguntas—. Contéstame y me quedaré callada el resto del camino. ¿Cuántos años tienes y por qué esa obsesión con las gafas? Qué ocultas, Setti —le dijo y divisó el primer atisbo de descontrol por lo cual no pudo evitar sonreír.
—Me llamo Edgard y tendrás que conformarte con eso —concluyó y volvió a cerrarse como una inmensa pared.
Trató de volverlo a descontrolar para conseguir más respuestas, pero el sujeto pareció abstraerse de ella completamente, así que no le quedó otra que cerrar su boca y dedicarse a observarlo.
Se quedó unos pasos tras de él deliberadamente. Vio cómo su cuerpo se movía como una seductora pantera y cómo su pelo brillaba con la luz matutina. Era un espécimen único y exótico, pero peligroso, sumamente peligroso. Eso lo sabía sin necesidad de comprobarlo, se veía y se notaba en sus andares felinos y amenazantes, como si estuviera esperando el momento oportuno para atacar y cazar, aquello la hizo temblar, ahora se lo pensaría mejor antes de provocarlo nuevamente,
Suspiró cuando comenzó a sentir la irritación de sus ojos y el cansancio irremediable por la exposición al sol. Era verdad que ella podía aguantar los rayos solares, pero su alimentación había sido pobre. Las dos bolsitas que se había bebido sólo la habían alimentado lo suficiente como para aguantar un par de horas y lo cierto era que con la persecución, cualquier energía que podría haber absorbido ya se había agotado. Necesitaba urgentemente sangre fresca o al menos lo más fresca que pudiera conseguir, porque estaba segura que por mucho que llegara a las instalaciones del Delta, no tendría tiempo para la caza, lo seguro era que pasaría en reuniones dando cuenta de la última persecución.
Se restregó los ojos y procuró fijar la vista en el suelo, así evitaría un poco los rayos ultravioletas. Iba tan concentrada, que no se percató que Edgard había parado por lo cual chocó de lleno contra su dura espalda.
—Por qué te detienes… —comenzó a hablar, pero se detuvo cuando levantó la vista y lo encontró observándola por sobre el hombro sin sus gafas puestas. Iba a preguntarle qué le había pasado, cuando se percató que él le tendía sus lentes como si nada.
—Póntelos —le dijo y ella sintió que su boca se abría por la sorpresa. Casi la había matado en la mañana porque se los había quitado y ahora se los ofrecía como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó incrédula, observando esos negros ojos— Seguro estás enfermo…
—Sólo póntelos —la cortó. Estaba comenzando a odiar que la interrumpiera, se le había hecho una mala costumbre—. Estoy cansado de ir tan lento. Te ves cansada y está claro que es porque no te has alimentado bien, si lo lentes te ayudan para proteger tus ojos y así avanzar como corresponde, pues no me importa. Sólo quiero desprenderme de ti lo antes posible —agregó secamente, por lo cual se sintió ofendida, demasiado ofendida.
—Eres insufri…
—Insufrible. Sí, ya lo sé. ¿Te los pondrás o tendré que llevarte en brazos para que así podamos salir rápido de aquí? —le preguntó con un tono de voz aburrido.
—Puedo ir rápido. Voy lento porque tú también vas igual, pero aún tengo energía para ocupar la celeridad —mintió, porque la verdad era otra. Se sentía muy cansada, sus extremidades le pesaban el doble y ya comenzaba a sentir los indudables síntomas del letargo, pero no le daría en el gusto.
Vio que él la observaba y que levantaba una ceja en señal de duda, luego vio que se colocaba nuevamente las gafas, pero en vez de volver a caminar se giró y pasó uno de sus brazos por debajo de sus rodillas y con el otro rodeó sus hombros al tiempo que la levantaba del suelo tan rápidamente que no tuvo tiempo de protestar.
—Entonces te cargaré, pero saldremos de aquí lo antes posibles. Tanto bosque y tanta de tu presencia ya me tiene enfermo —le contestó él antes de que se lanzara en una carrera por entre los árboles, dejando atrás toda figura bien definida y dando paso a los borrones en que se convirtieron todos los elementos que adornaban el lugar.
El tipo era rápido y fuerte y olía maravillosamente bien. Quiso plantarle pelea, pero no pudo. Poco a poco se fue quedando dormida, fue vencida por el hambre y por el letargo. De todas formas, entre la neblina en que se envolvió su mente, prefirió eso a caer en el frenesí por la sed de sangre.
—Eres un idiota machista —fue lo último que se oyó decir mientras acomodaba su cabeza contra el firme pecho de él.
—Lo que tú digas —fue lo último que le oyó decir a él antes de que sus párpados se cerraran y sus latidos se volvieran más lentos en una forma por conservar las pocas energías que le quedaban.
Sin duda que odiaba el letargo, pero era mucho mejor que sucumbir a la locura. Pensó antes de quedarse nuevamente dormida.