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jueves, 6 de agosto de 2009

Submundo: capítulo 5

Capítulo 5:

Edgard se tuvo que morder la lengua para no gruñir y mostrarle los colmillos al líder de los lupinos. Odió cómo la miraba y cómo le sonreía, tanto que no se dio cuenta que se había tensado y que el agarre sobre ella lo había intensificado.

Ella lo miró extrañada y estudió sus reacciones, antes de contestar afirmativamente, por lo cual él sintió una oleada de odio hacia ella por haberlo traicionado… Paró ahí, ¿qué diablos estaba pensando?... ¿cómo podía sentirse traicionado si ni siquiera la conocía?

—Bien, Randall, será un placer. Lo cierto es que me había olvidado por completo de que iba descalza —le habló ella, obviando su presencia.

Lo cual significó una bofetada directa. Bien, quería guerra pues se la daría.

—Te llevaré, ángel —le propuso el lobo y él sintió nuevamente que era invadido por una oleada de rabia como nunca antes la había sentido. Apretó aun más el agarre alrededor de ella—. Te debe de doler mucho. Además si sigues caminando, conseguirás que la herida se abra más y no sane —agregó Randall coronando sus palabras con una sonrisa estúpida en la boca, sonrisa que quiso borrarle con un puñetazo en su perfecto rostro y así enseñarle con quién se estaba metiendo…

Mierda, algo iba mal con él. Estaba pensando y a punto de actuar como un maldito idiota celoso y sin razón alguna. Debía controlarse y centrarse en lo verdaderamente importante, y eso era la misión que tenía por delante.

—La verdad es que no me duele nada o al menos no tanto como me está doliendo el agarre de este idiota sobre mi hombro —oyó que ella le decía a Randall y cayó en la cuenta de que tenía su mano apretando con mucha fuerza el frágil hombro de ella, por lo cual la soltó como si lo quemase—. Pero acepto —agregó ella sin antes fulminarlo con la mirada—. Así podré mantenerme lejos de este aparecido —concluyó y se encaminó en dirección hacia Randall quien la tomó en brazo dedicándole una mirada cargada de admiración y sensualidad que lo puso nuevamente en alerta.

Se maldijo mentalmente por estar dejándose llevar por volubles emociones y contó hasta que se calmó y recobró la compostura y el control sobre sí mismo.

—¿Puedo tomar las armas, Randall? —se oyó preguntar con increíble serenidad a pesar de que en su interior se libraba una batalla entre mil demonios.

Randall pareció volver a la realidad y reparar nuevamente en él. Despegó la vista de Nione y le sonrió a él de forma amistosa.

—Hace mucho que no te veíamos, vampiro —le dijo—. Y mucho menos te habíamos visto en compañía tan linda y agradable —agregó y tuvo que apretar los puños para no lanzarse sobre el lobo y golpearlo hasta morir. Randall pareció notarlo porque su mirada se iluminó con malicia y entendimiento—. Fingord se hará cargo de las armas, ya sabes, prefiero no arriesgarme. Tú sólo síguenos —concluyó y se giró lanzándose en la espesura del bosque.

Edgard respiró profundo y también se unió a la carrera, cosa estúpida porque perfectamente podría haberse alejado de la manada y haber vuelto a la búsqueda del renegado o haber vuelto a la mansión de Agustín para saber los últimos detalles. Pero no, ahí estaba él, siguiendo al líder de los cambia formas, porque simplemente no quería dejarlo a solas con la rastreadora.

Trató de convencerse de que lo hacía porque quería cuidar a la muchacha porque se significaba mucho para Agustín, pero muy dentro de él sabía que se estaba mintiendo, aunque en ese momento no lo quiso reconocer ni mucho menos aceptar.

Después de unos minutos sorteando el antiguo y místico bosque, llegaron a una zona rodeada por montañas y milenarias ruinas.

Randall ingresó en una de las cuevas que se abrían hacia el interior de las montañas. Él lo siguió y pronto se halló dentro de la red de cavernas de los bosques de Randall. Aquella zona era protagonista de un sinfín de leyendas entre el mundo de las distintas especies mágicas, y tenía porqué serlo. Las paredes estaban trabajadas y esculpidas de tal manera que parecía todo un palacio subterráneo con la magnificencia que caracterizaba a la realeza de las hadas: todo ahí era igual de místico, desde los nudos tallados en cada entrada hasta las estatuas de antiguos líderes regentes que sobresalían como silenciosos guardianes desde las paredes, con la vista fija en cada visitante que osaba cruzar los portales a aquel mundo paralelo, lleno de magia y tradiciones.

El lobo se abrió paso con suma facilidad e ingresó a una de las primeras entradas que daba a una gran recamara que sin duda debía ser la de él. Depositó con suma delicadeza a Nione sobre una rústica, pero espectacular, elegante y hermosa cama, construidas con madera, con las más finas pieles y adornada con incrustaciones de esmeraldas simulando el verde de los dominios de donde era el absoluto rey.

Dios, debía reconocer que aquel lobo pulguiento sabía vivir con estilo.

Tras ellos apareció quien debía ser Fingord porque llevaba en sus manos y en sus brazos las armas de Nione y las suyas. El cambia formas hizo una reverencia antes de entrar y depositarla en una cómoda que hacia juego con la cama. Luego de eso salió en absoluto silencio, pero Randall lo detuvo para ordenarles un par de cosas antes de volver cerca de la cama donde Nione observaba todo con especial interés en los ojos.

Edgard se ocultó en el rincón más oscuro y decidió quedarse ahí. Él se caracterizaba por ser un experto en el arte del camuflaje y el espionaje, aunque no estaba seguro qué era lo que quería descubrir estando entre las sombras en ese gran espacio que compartía con el líder de los lupinos y una rastreadora que no sobresalía en nada más que en su estupidez y en su insensatez. Si no fuera la favorita de Agustín, la hubiera dejado a su merced, que era lo que debería haber hecho desde el primer momento. Maldijo mentalmente por haberlos seguido, mientras se dejaba caer en el rincón sin apartar vista alguna de Randall y Nione que le sonreía con una familiaridad y una coquetería que volvió a cabrearlo.

Estaba a punto de salir de su escondite para recordarle a ese par de que no estaban solos, cuando una hermosa mujer entró por la puerta, cargando con una bandeja de oro llena de hierbas e inciensos. Randall se levantó y tomó en sus manos los objetos, mientras le dedicaba una cálida sonrisa. La hembra de espesa cabellera roja se sonrojo, haciendo juego con sus oscuros y hechiceros ojos.

—Gracias, Dafne —oyó que Randall le decía a la hermosa mujer.

—Mila trae el agua, Randall —le contestó ella con una voz musical, una voz que provocaba suplicarle que siguiera hablando.

Edgard vio que el lobo simplemente asentía, obviando la presencia de Dafne quien salió en completo silencio, mientras dejaba paso a otra mujer que traía una gran palangana de oro llena de exquisita agua. Randall repitió el proceso, pero esta vez su voz no sonó tan cortante ni tan tensa como cuando habló con la pelirroja, aquello le dio una vaga teoría y sin querer se sintió mucho más relajado de que Nione estuviera en manos de aquel patán.

Se sentó y estiró las piernas, mientras el lobo lavaba y curaba las heridas de la rastreadora. Todo el relajo inconciente que había adquirido se había vuelto a ir al carajo cuando el olor a la sangre de ella volvió a flotar en el ambiente. Su olor era condenadamente tentador, así que para evitarse un sufrimiento innecesario, considerando que no bebía una gota de el elixir desde la fiesta de Eric, salió de la habitación, dejándolos solos.

Se quedó en el corredor de piedra observando todo. Cada pared, cada decoración y cada esculpido hecho con la mayor precisión. Estuvo un buen rato caminando y observando hasta que se aburrió y se sentó afuera de la recámara de Randall, apoyó la cabeza y la espalda en la fría roca y cerró los ojos, haciendo el intento por olvidarse del lugar en que se encontraba y centrarse en los hechos vividos en la última hora.

Habían muchas cosas que no le cuadraban y unas tantas que le molestaban profundamente. Sabía y tenía prácticamente la certeza de que se estaba cocinando una grande, el problema era que no tenía pruebas suficientes para probarlas, pero su instinto y el de Agustín rara vez se equivocaban, por algo eran los mejores en el trabajo que hacían.

Aún tenía resonando en su mente las últimas palabras que había compartido con Dante. Él le había asegurado de que había otros involucrados, y que el coche que ellos perseguían se dirigía en sentido opuesto al del renegado. Al territorio Fae, a los bosques de Fiona, la gran reina de las hadas, famosa por su valor y también por la leyenda de haber abandonado a su primer cónyuge por el amor de un mortal, un hombre que logró vencer las barreras de la señora de las hadas y que murió en batalla, dejándola sola y sumida en una gran tristeza o al menos esa era una de las tantas versiones que los trovadores de los Sidhe esparcieron en las otras ocho casas nobles para entretener y divulgar la gran tragedia de su reina.

Suspiró y trató de quitar de su cabeza la historia de aquella dama. Hace mucho que él no pisaba territorio feérico y mientras viviese no lo volvería a pisar. Odiaba todo lo relacionado con las hadas y todas las castas que adornaban aquella mística y singular especie, desde los nobles Sidhe hasta la más simpática y tierna Pooka.

—¿Durmiendo, vampiro? —oyó la ronca voz de Randall, pero no se sobresaltó ya que lo había oído moverse y había sentido su escrutinio.

—Jamás duermo en territorio ajeno y desconocido —le contestó con la calma y la frialdad que lo caracterizaban.

Poco a poco abrió los ojos y se encontró con los verdes grisáceos del líder de los cambia formas que lo observaba con el ceño fruncido, pero con un brillo de diversión en la mirada.

—Pensé que te habías quedado dormido tras agotar tus pobres energías en la carrera hacia mis aposentos —le contestó burlonamente.

Edgard lo observó por un largo momento y trató de pasar por alto la enorme sonrisa que lucía en su rostro y también trató de obviar el olor de Nione que llevaba encima.

—No podría cansarme con tal estúpido ejercicio —le contestó tajantemente.

Randall dejó escapar una carcajada carente de humor.

—Sigues tan espinoso como siempre, Setti, y yo que creí que te habías suavizado, porque esa sería la única explicación que podría encontrar para que estuvieras con Nione —le dijo el macho que lo miraba nuevamente con esa expresión de burla.

Edgard se limitó a levantarse y a sacudirse los pantalones, antes de levantar su vista y mirar fijamente a Randall.

—¿Qué sabes tú de esa chiquilla, lobo? —le preguntó fastidiado—. Es el incordio más grande con el que me he topado en mi perra existencia, estoy deseoso de deshacerme de ella —agregó total y sumamente convencido de lo que estaba diciendo.

Randall enarcó una ceja y de su rostro se borró la sonrisa siendo reemplazada por una mueca de incredulidad.

—Ya… —le contestó, haciéndole un examen completo para ver si estaba mintiendo—. Es una de las mejores rastreadoras y cazadoras con la que me he topado, de hecho supera con creces a unos cuantos de mis propios cazadores; además de que es sumamente bonita… no, mejor dicho es hermosa. Una joya única para estos tiempos —le respondió y se tensó completamente al oír en los labios de él, las aparentes cualidades de Nione. Tragó saliva y apretó la mandíbula antes de pensar en contestar.

—Tan buena rastreadora que casi le vuelan la cabeza por estar pendiente de cualquier otra cosa, menos de su pellejo —ironizó—. Créeme, en lo único en que se supera es en su insensatez y en su imprudencia —agregó comenzando a sentirse exasperado y encerrado en aquel mundo de piedra.

—Sí, y eso la hace mucho más atractiva, al menos a mis ojos… tiene agallas y las habilidades necesarias para sobrevivir cuatro días sin alimentarse correctamente y bajo la luz del sol, que es tan venenoso para los de tu especie. Además de que no se la piensa dos veces antes de lanzarse contra una renegado que en teoría atacó no una, sino dos veces a tu príncipe, vampiro… Vaya, realmente creo que me estoy enamorando de esa vampiresa —concluyó, dejándolo con la palabra en la boca al girarse y marcharse en dirección quién sabe a dónde.

Edgard se quedó un buen rato pasmado en la misma posición a las afueras de la recámara, hasta que volvió a la realidad y entró a pasos agigantados en la estancia para quedarse nuevamente pasmado al ver la pequeña y delicada imagen de ella en la gran cama de Randall. Parecía un pequeño ángel caído que dormía plácidamente ajeno a todos los horrores del mundo.

—Insensata —murmuró al darse cuenta que se había quedado dormida como si nada en un lugar que poco conocía.

Se acercó decidido a despertarla y a tomarla por la fuerza si era necesario para sacarla de ahí y volver a los dominios de Eric, cuando paró en seco a la orilla del gran lecho… ahí iba de nuevo, comportándose irracionalmente. Quizás no era tan malo que durmiera un poco, después de todo, en el sueño las heridas sanaban más rápido.

La contempló un largo rato, antes de dejarse caer al lado de la cama y depositar su cabeza en aquel colchón de plumas. Cerró los ojos tratando de controlarse y relajarse. Era bien conocida la hospitalidad de Randall cuando estaba dispuesto a dártela, él mismo había disfrutado de aquel beneficio unos años atrás cuando había ido a parar por esos lados tras una misión, así que relajó los músculos y vació la mente, aunque esto último se le hizo sumamente difícil, su cabeza era experta en trabajar sin parar cuando había un problema sin solución aparente.

Respiró profundo y le llegó a su nariz un suave y delicado olor a flores, mezclada con la esencia que le adjudicaba a la insensata que descansaba plácidamente a centímetros de él. Se sorprendió sonriendo al recordar cómo se había movido en aquella moto y cómo había acabado con el coche. Debía reconocer que tenía estilo, mucho estilo.

Sintió una mano muy cerca de su rostro. Giró la cara y vio los finos dedos de ella asomando por el colchón, sin pensarlo mucho estiró su propia mano y cogió la de ella, la cual inconcientemente aceptó aquella tregua. Edgard, jugueteó con sus dedos, formando suave caricias, y así, sin querer y sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se relajó por completo y se quedó dormido.

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