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viernes, 7 de agosto de 2009

Submundo: capítulo 6

Capítulo 6:

Nione despertó lentamente con la cabeza aún en el reino de los sueños. Lo primero que divisó cuando tuvo los ojos abiertos fue la alta bóveda del lugar en que se encontraba y por un momento se sintió desorientada hasta que su cerebro comenzó a funcionar de nuevo. Miró a su lado y vio y sintió que su mano estaba siendo sostenida por alguien más, se acercó a la orilla de la cama y para su sorpresa encontró al mismo sujeto que la había seguido y que la había manoseado e insultado el día anterior, sentado en el suelo con una de sus manos sosteniendo la suya.
Llevaba puesta las mismas gafas oscuras y estaba sumamente quieto. Nione debería haberse enojado, pero lo cierto fue que se quedó perdida observándolo, mientras comenzaba a acercarse poco a poco a su lado.
Se soltó del agarre y se bajó de la cama hasta quedar al frente de él y comenzó a examinarlo como un gatito curioso. Dormido se veía mucho más hermoso. Las líneas duras de su cara parecían suavizarse hasta adquirir la expresión de un niño inocente cuya única preocupación es la diversión del día a día. Estuvo tentada de pegarse a su cara para observar y examinar a precisión aquel tentador y bello rostro, pero se contuvo, al menos un poco, ya que sólo se conformó con estirar sus manos y sacarle lentamente las gafas. No podía entender cómo no podía despegarse de ellas aun cuando se quedaba dormido.
Hubiese sido perfecto si hubiese podido regocijarse al verlo sin los lentes, pero lo cierto fue que no tuvo ni siquiera tiempo de respirar cuando él abrió los ojos y con un rápido movimiento la lanzó al suelo y cayó sobre ella con una daga en su cuello.
Sintió terror, admiración y excitación, una mezcla de emociones que no le servirían para sobrevivir si él decidía rebanarle el cuello.
Fijó su verde mirada en la de él y se perdió en el oscuro pozo que eran sus ojos. Él la observaba completamente ido y con rabia. Estaba segura que no la reconocía y que lo único que la separaba entre la vida y la muerte era aquel pequeño deje de cordura que podía vislumbrar en su negra mirada.
Trató de tranquilizarse y obviar el hecho de que tenía una daga pegada al cuello y lo observó detenidamente. Casi se quedó sin respiración nuevamente cuando vislumbró parte de su torso. Su negra camisa estaba abierta hasta el tercer botón dejando ver sutilmente la dorada piel de su atacante. Se maldijo por dejarse llevar por la lujuria y no por la cordura en ese momento en que su vida corría peligro, pero era sumamente difícil concentrarse cuando tenías un cuerpo como el de él sobre el tuyo. Dios, estuvo tentada en recorrerlo con las manos y después dejar que su boca hiciera lo mismo…
—Mierda —masculló.
¿En qué diablos estaba pensando? era una tonta. Aquel sujeto no había dejado de insultarla desde que se conocieron y ella sólo atinaba a comérselo con el pensamiento; además de que no se encontraba en la mejor de las situaciones. Él tenía contra ella una daga que en cualquier momento se hundiría en su vena enviándola derechito a un viaje al infierno y a ella sólo se le ocurría examinarlo de pies a cabeza.
—Muchacho… —habló en un susurro. Él pareció comenzar a volver a la realidad, pero no estaba muy segura—. ¿Podrías salir de encima mío? —le preguntó muy bajito.
Edgard volvió a la realidad. Se sentía agitado y desorientado. Lo primero con que se encontró fue con un par de ojos verde avellana que lo miraban precavidamente. Bajó la mirada y vio que sostenía una de sus dagas, una de las cuales no se había quitado, en el cuello de Nione. Bajó aun más la vista y vio el pequeño, pero sexy cuerpo de ella enredado con el suyo y tuvo que reprimir un gemido al sentir sus curvas pegándose a su duro cuerpo. Levantó la mirada bruscamente y comprendió todo al darse cuenta que no tenía sus gafas puestas, agradeció no haberse quitado las lentillas aunque ahora sentía los ojos irritados.
—¿Qué diablos? —preguntó, pero no esperó a que le contestara: ya lo había comprendido todo—. Idiota —le gritó antes de quitar la daga y enterrarla en el suelo, al lado de su cabeza para infundirle cierto miedo. Realmente debía ser estúpida. ¿Cómo se le ocurría acercarse a él cuando estaba dormido? ¿Acaso no tenía instinto de conservación? —Eres completamente estúpida —volvió a agregar mientras no hacía intento alguno por levantarse y alejarse de ella.
—Para un poco, sabelotodo —lo increpó ella sin hacer el intento de desprenderse de él.
—¿Cómo quieres que te trate mejor si lo único que has hecho desde que nos conocimos es ser una idiota imprudente, princesita? —la increpó él pegándose aún más a ella.
Vio que ella abría la boca y la volvía a cerrar, en cambio lo fulminó con su verde mirada hasta asegurarse de que había comprendido el mensaje. Edgard sonrió un poco al verla bajo él, sentirla muy cerca suyo… vaya, podía acostumbrarse a esa sensación.
—Sal de encima mío, pervertido —ella le volvió a gritar y él supo por qué. Estaban bastante cerca, demasiado para la paz mental de ambos y él estaba sufriendo una excitación matutina.
—¿Pervertido yo? —le preguntó burlonamente al oír que ella dejaba escapar un gemido, tras lo cual se ruborizó considerablemente—. Discúlpame, princesita, pero no fui yo él que se acercó a ti mientras dormías y te atacó —agregó mientras le dedicaba una sonrisa irónica y divertida.
Nione quiso que la tierra se la tragara. Estaba sintiendo en su estómago la dura excitación de él y lo peor era que no le disgustaba demasiado, cosa que logró que se sonrojara en extremo. Además el bastardo se estaba burlando de ella sin pudor alguno por su pequeño problemita, mejor dicho “gran problemita”.
—Sólo quería ayudar, por eso te quité las gafas. ¿Acaso no te las quitas ni para bañarte? —le preguntó, pero luego se arrepintió. Un brillo demasiado lobuno cruzó sus negros ojos que estaban algo irritados, pero que no le hacían perder el indudable atractivo, todo lo contario, se lo acentuaba.
—No, princesa, ni siquiera para follar —le contestó secamente y pareció regocijarse cuando ella se sintió aun más avergonzada.
—Eres un maldito… —pero no terminó la frase, él la miró mortalmente serio.
—Deja de removerte si no quieres comprobar lo que te he dicho —le dijo, volviendo a su tono gélido.
Nione se quedó quieta, muy quieta al ver la expresión del rostro de él, pero el bastardo no hacía nada por quitarse de encima.
—Entonces sal de encima —le dijo y él la penetró con su mirada hasta hacerse a un lado.
Se sintió un poco defraudada y un poco aliviada de que la dejara marchar. Se sentó al lado de él y lo observó de reojo hasta que vio que él tendía su manos hacia ella como pidiéndole algo.
—Los lentes —le ordenó sin siquiera mirarla.
—Sí que eres un idiota —le contestó, mientras le entregaba las oscuras gafas. Él las recibió y se las colocó antes de volverla a mirar y sonreírle con aquella sonrisa de suficiencia y burla que parecía ser su especialidad.
—Lo mismo digo, princesita, lo mismo digo —le respondió él y estuvo a punto de contestarle pesadamente lo que los hubiera llevado a una nueva disputa, cuando fue interrumpida por la presencia de Randall quien se apoyó en el umbral de la entrada y los observó silenciosamente antes de darle los buenos días.

—¿Durmiendo, vampiro? —oyó que le preguntaba Randall con una sonrisita de suficiencia en su rostro.
Edgard no le contestó, ya no le quedaban ganas de responder a ninguna pulla, así que simplemente se levantó del suelo y sin mirar a aquella cosita que estaba al lado suyo, llegó hasta la puerta en donde se encontraba el líder de los cambia formas, quien había cambiado su expresión de burla por una más seria al darse cuenta de que él no estaba para bromas.
Sin embargo, cambió de idea, dio media vuelta y cogió sus armas. Se las guardó lentamente y con una calma fríamente calculada salió de la habitación sin hacer el menor comentario.
Sentía el pulso acelerado, demasiado acelerado para su tranquilidad. Dios, nunca se había excitado así por una mujer. Sólo con un toque, con un roce, con un suspiro lo ponía a mil. Aquella muchachita era un peligro para él, así que lo mejor era desprenderse de ella lo antes posible.
Caminó por los silenciosos corredores hasta que alcanzó el exterior. Era una mañana despejada, demasiado despejada. El sol se abría paso entre los árboles e iluminaba con intensidad el verde de sus hojas. Corría una suave brisa que acarreaba los olores del antiguo bosque y el sonido que hacían los pequeños animales que vivían en ese lugar.
Debía serenarse y volver al férreo control que lo caracterizaba. Aún tenía que aguantarla a su lado hasta que salieran de los territorios de Randall, después de eso se aseguraría de no volver a topársela.
Se apoyó en la fría roca y extrajo de un bolsillo interno una cajetilla nueva de cigarros, sacó uno y lo encendió. El tabaco siempre lo calmaba, le ayudaba cuando estaba al límite de perder la razón y le ayudaba cuando tenía que pensar. Dio la primera calada y disfrutó el sabor que se instaló en su boca, soltó el humo y se entretuvo formando anillos con él hasta que el cigarro se consumió por completo.
—Más te vale que guardes esa colilla si no quieres que ninguno de los cambia formas te separe esa linda cabecita tuya del resto de tu cuerpo —se burló ella. Maldita sea, no había tenido ni diez minutos para él sólo—. Y después me dices que yo soy la insensata y la estúpida —agregó.
Edgard no la miró, no bajó la vista ni le contestó. Si lo hacía estaba seguro que volvería a caer en la tentación. Toda su respuesta fue sacar nuevamente la cajetilla y echar ahí la colilla apagada para sacar nuevamente otro cigarrillo y volverlo a encender.
—No digas que no te lo advertí —le dijo con un tono de voz cantarín que lo enfureció un poco más, sin embargo, se lo tomó con suma calma.
Con lentitud apagó el cigarro en la fría piedra y con los mismos movimientos volvió a meterlo en la cajetilla que guardó nuevamente en el bolsillo interno. Luego giró su rostro con la misma tranquilidad con la que había hecho todo lo anterior y la observó. Ella sonreía, tenía una sonrisa dulce y fresca como la mañana. Esta vez ya no iba descalza, sin duda que Randall le había proporcionado aquellas trabajadas sandalias.
—¿Ya estás lista? —le preguntó con un tono de voz que marcó una importante distancia. Ella lo advirtió inmediatamente porque la sonrisa de su rostro cambió y la expresión de confianza que brillaba en sus ojos se apagó, siendo reemplazada por un sentimiento de precaución. Eso era lo mejor, que le tuviera miedo y recelo.
—Sí…
—¿Dónde está Randall? —La cortó en seco. Sabía que quería preguntarle qué era lo que le pasaba y él no tenía gana alguna de responderle.
—Venía tras… —se detuvo y se giró para mirar detrás de la caverna—. Aquí viene…
—Bien —la volvió a interrumpir.
Pudo ver que ella se volvía y lo fulminaba con la mirada, pero a él no le importó. Se paró frente a la entrada y le tendió la mano al macho que salía en ese momento de la caverna.
—Ya veo que tienes prisa, vampiro —le contestó Randall mientras estrechaba la mano de él.
—Tengo trabajo, lobo, trabajo que hace rato se fue de estas tierras —le respondió haciendo alusión al renegado y sin importarle que Nione estaba ahí y que lo más seguro era que se pusiera hacer preguntas.
—Es un gusano escurridizo, se volvió a escapar aun bajo las narices de mis chicos —agregó él mientras observaba a Nione quien tenía una cara de pregunta que no se la sacaba nadie.
—Sí, pero no es rival para mí —sentenció antes de girarse y quedar frente a ella—. Bien, nos vamos —le dijo y se sorprendió al ver la cara de pocos amigos que ésta le dedicaba, entonces supo lo que vendría a continuación.
—¿Quién te crees que eres para venir a darme órdenes? —le preguntó sumamente indignada, pero él no estaba para aguantar ni pataletas ni berrinches, así que le contestó seca y fríamente, cosa que la dejó descolocada.
—Pues si no quieres venir conmigo, por mí bien. Hasta nunca —se despidió y se giró para internarse en el bosque, dejándola definitivamente y para siempre. Mientras se alejaba pudo sentir la carcajada característica de Randall por lo que supo que Nione se había lanzado tras suyo, pero él no hizo nada por esperarla, siguió con su mismo paso obligándola así a que se esforzara por llegar a su lado.
—Eres un insufrible, eso es lo que eres —le espetó a unos pasos de él.
—Lo que digas —le respondió sin un atisbo de simpatía en la voz.
Eso le enseñaría a mantener la distancia con él.

Nione lo odió hasta lo más profundo de su alma. Nunca en sus doscientos años de no muerta había conocido a alguien tan insufrible como él, con sus aires de súper estrellas y de macho alfa que la cabreaba hasta querer ser ella quien le desprendiera ese lindo rostro de esos fantásticos hombros. No podía entender cómo se había excitado y cómo había pensado por un momento en coquetear con ese bloque de hielo.
Se puso a su lado, después de tener que correr un poco para alcanzarlo y no porque quisiera estar en compañía de él, sino porque aún tenía la palabra en la boca y necesitaba dejarle en claro lo que pensaba sobre su persona.
Nunca en su vida se había sentido tan enojada ni tan descontrolada. Era cierto de que era un poco impulsiva cuando estaba en una misión, sin embargo, también era sumamente controlada con sus emociones. Su impulsividad estaba ligada al ataque y a las decisiones que tomaba con respecto a sus misiones, pero no tenían nada que ver con sus sentimientos, los cuales, siempre mantenía a raya, pero ahora se sentía sumamente furiosa e insatisfecha.
Él parecía dispuesto a ignorarla hasta que salieran de esas tierras, cosa que la cabreaba aún más. Lo detuvo, pero él no se inmutó, siguió caminando. Mierda, si al menos se sacara esas estúpidas gafas al menos tendría la posibilidad de sondearlo, pero no, siempre con sus queridos lentes, lo que la hacía preguntarse qué era lo que ocultaba.
No sabía nada de él, a duras penas sabía que se llamaba Setti, pero no tenía idea de ningún otro dato. Tampoco sabía el por qué de su presencia en esos lugares, aunque tenía la leve sospecha de que iba detrás del mismo objetivo que ella.
—¿Quién eres? —se oyó que le preguntaba. Él no hizo ni el mínimo gesto de responderle—. ¿Por qué vas tras el renegado? ¿Por qué tienes las mismas balas que en teoría son propiedades del Delta? ¿Por qué estabas en la fiesta de Eric y por qué me observabas? ¿Por qué me salvaste la vida? ¿Por qué te quedaste y no te marchaste cuando tuviste la oportunidad? ¿Desde cuándo conoces a Randall? ¿Quién es tu maestro y…
—Mierda, cállate. Tu voz me saca de quicio —la cortó en seco al mismo tiempo que se detenía y la enfrentaba.
Su rostro estaba sereno a excepción de su boca que estaba tensa por el férreo control al que se estaba sometiendo.
—Interesante… —murmuró al ver que luchaba por mantenerse controlado, así que resolvió empujarlo para que perdiera el control y le contestara unas cuantas preguntas—. Contéstame y me quedaré callada el resto del camino. ¿Cuántos años tienes y por qué esa obsesión con las gafas? Qué ocultas, Setti —le dijo y divisó el primer atisbo de descontrol por lo cual no pudo evitar sonreír.
—Me llamo Edgard y tendrás que conformarte con eso —concluyó y volvió a cerrarse como una inmensa pared.
Trató de volverlo a descontrolar para conseguir más respuestas, pero el sujeto pareció abstraerse de ella completamente, así que no le quedó otra que cerrar su boca y dedicarse a observarlo.
Se quedó unos pasos tras de él deliberadamente. Vio cómo su cuerpo se movía como una seductora pantera y cómo su pelo brillaba con la luz matutina. Era un espécimen único y exótico, pero peligroso, sumamente peligroso. Eso lo sabía sin necesidad de comprobarlo, se veía y se notaba en sus andares felinos y amenazantes, como si estuviera esperando el momento oportuno para atacar y cazar, aquello la hizo temblar, ahora se lo pensaría mejor antes de provocarlo nuevamente,
Suspiró cuando comenzó a sentir la irritación de sus ojos y el cansancio irremediable por la exposición al sol. Era verdad que ella podía aguantar los rayos solares, pero su alimentación había sido pobre. Las dos bolsitas que se había bebido sólo la habían alimentado lo suficiente como para aguantar un par de horas y lo cierto era que con la persecución, cualquier energía que podría haber absorbido ya se había agotado. Necesitaba urgentemente sangre fresca o al menos lo más fresca que pudiera conseguir, porque estaba segura que por mucho que llegara a las instalaciones del Delta, no tendría tiempo para la caza, lo seguro era que pasaría en reuniones dando cuenta de la última persecución.
Se restregó los ojos y procuró fijar la vista en el suelo, así evitaría un poco los rayos ultravioletas. Iba tan concentrada, que no se percató que Edgard había parado por lo cual chocó de lleno contra su dura espalda.
—Por qué te detienes… —comenzó a hablar, pero se detuvo cuando levantó la vista y lo encontró observándola por sobre el hombro sin sus gafas puestas. Iba a preguntarle qué le había pasado, cuando se percató que él le tendía sus lentes como si nada.
—Póntelos —le dijo y ella sintió que su boca se abría por la sorpresa. Casi la había matado en la mañana porque se los había quitado y ahora se los ofrecía como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó incrédula, observando esos negros ojos— Seguro estás enfermo…
—Sólo póntelos —la cortó. Estaba comenzando a odiar que la interrumpiera, se le había hecho una mala costumbre—. Estoy cansado de ir tan lento. Te ves cansada y está claro que es porque no te has alimentado bien, si lo lentes te ayudan para proteger tus ojos y así avanzar como corresponde, pues no me importa. Sólo quiero desprenderme de ti lo antes posible —agregó secamente, por lo cual se sintió ofendida, demasiado ofendida.
—Eres insufri…
—Insufrible. Sí, ya lo sé. ¿Te los pondrás o tendré que llevarte en brazos para que así podamos salir rápido de aquí? —le preguntó con un tono de voz aburrido.
—Puedo ir rápido. Voy lento porque tú también vas igual, pero aún tengo energía para ocupar la celeridad —mintió, porque la verdad era otra. Se sentía muy cansada, sus extremidades le pesaban el doble y ya comenzaba a sentir los indudables síntomas del letargo, pero no le daría en el gusto.
Vio que él la observaba y que levantaba una ceja en señal de duda, luego vio que se colocaba nuevamente las gafas, pero en vez de volver a caminar se giró y pasó uno de sus brazos por debajo de sus rodillas y con el otro rodeó sus hombros al tiempo que la levantaba del suelo tan rápidamente que no tuvo tiempo de protestar.
—Entonces te cargaré, pero saldremos de aquí lo antes posibles. Tanto bosque y tanta de tu presencia ya me tiene enfermo —le contestó él antes de que se lanzara en una carrera por entre los árboles, dejando atrás toda figura bien definida y dando paso a los borrones en que se convirtieron todos los elementos que adornaban el lugar.
El tipo era rápido y fuerte y olía maravillosamente bien. Quiso plantarle pelea, pero no pudo. Poco a poco se fue quedando dormida, fue vencida por el hambre y por el letargo. De todas formas, entre la neblina en que se envolvió su mente, prefirió eso a caer en el frenesí por la sed de sangre.
—Eres un idiota machista —fue lo último que se oyó decir mientras acomodaba su cabeza contra el firme pecho de él.
—Lo que tú digas —fue lo último que le oyó decir a él antes de que sus párpados se cerraran y sus latidos se volvieran más lentos en una forma por conservar las pocas energías que le quedaban.
Sin duda que odiaba el letargo, pero era mucho mejor que sucumbir a la locura. Pensó antes de quedarse nuevamente dormida.

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