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viernes, 7 de agosto de 2009

Obsesión: capítulo 1

Capítulo 1

Santiago 2008

Angus se incorporó perezosamente en la gran cama de sábanas negras que le servía de refugio durante el día. El sol hace un buen rato que se había ocultado, pero él había permanecido un tiempo estirado en el oscuro lecho, tratando de borrar de su cabeza el mal sueño que había tenido por milésima vez en la semana, aunque sabía que no lo conseguiría, después de todo, aquel rostro lo llevaba persiguiendo por más de cincuenta años y lo perseguiría hasta que su existencia se apagara definitivamente.

Se levantó como si llevara el mundo en sus hombros y con paso lento se encerró en el cuarto de baño. Estaba dispuesto a gastar una buena hora en estar metido bajo el agua caliente si con eso conseguía aliviar en algo el creciente malestar que sentía. Su conciencia cada vez le pesaba más, pero no se podía dar el lujo de que se notara, así que una vez que saliera de su nuevo departamento, volvería a ponerse la fría máscara con la que enfrentaba al mundo.

Se desprendió del oscuro y costoso pantalón de su pijama de seda y se metió en la bañera de mármol negro. Abrió el agua caliente y dejó que aquel líquido hiciera su magia, aunque estaba seguro que ese bienestar sólo le duraría un par minutos o quizás menos.

Cerró los ojos, pero los abrió al cabo de unos segundos cuando notó que la temperatura disminuía. Odiaba esa instancia y a pesar de que sabía lo que vendría nunca estaba preparado para enfrentarlo. Trató de respirar profundo cuando vio que el agua poco a poco comenzaba a teñirse de rojo, envolviéndolo con un macabro manto. Debería estar acostumbrado a aquellas alucinaciones o al menos debería enfrentarlas dignamente, pero lo cierto era, que cada vez se le hacía peor. El tiempo que pasaba no parecía llevarse los amargos recuerdos, sino más bien parecían aumentar y volverse cada vez más nítidos, como una impecable película de terror.

Cerró la ducha de golpe, mientras veía desaparecer por el desagüe los últimos vestigios de la sangre, la sangre de todos los inocentes que había sacrificado en los siglos pasados, aquella sangre que tenía impregnada en la retina y que lo ahogaba en sus sueños, aquella sangre que manchaba sus manos tachándolo como la bestia que era. Hasta los animales tenían más dignidad que él.

Cuando todo acabara, cuando la raza estuviera asegurada en la paz y en la tranquilidad, quizás le pidiera a Theodoro que lo atara a un árbol para que el sol terminara por llevárselo de este mundo. Una muerte dolorosa y lenta, tal vez fuera la mejor forma de terminar de pagar por sus pecados, aunque no estaba seguro que todo el daño que había causado se pudiera pagar con su miserable vida, pero quería intentarlo.

Cada minuto que pasaba el hastío se abría paso con imperiosa rapidez en su cansada mente. La locura estaba pronta. Con casi ochocientos años a cuesta era casi un milagro saberse aún vivo, muchos ancianos de la especie preferían acabar con sus vidas cuando sentían que estaban al límite. La inmortalidad era un arma de doble filo, sobre todo, cuando poseías una mala conciencia.

Salió de la ducha y se envolvió con una mullida toalla blanca que contrastaba con su dorada piel. Se abrió paso de vuelta a su dormitorio, y con la misma lentitud terminó de vestirse con su acostumbrada camisa negra y pantalones a juego. Se calzó sus zapatos hechos para una cacería, pero con la elegancia del mejor burócrata. Tomó las llaves de su nuevo Mercedes negro y salió de su nuevo departamento. Afuera el aire otoñal se abría paso con la promesa de preceder a un oscuro invierno. Se subió a su querido automóvil y lo puso en marcha. Esa noche tendría que lidiar nuevamente con un emergente concejo.

Las reuniones se venían sucediendo desde que Rodrigo desapareciera y Vicente y Anaís se unieran en una simbólica boda. La mayoría de los vampiros influyentes no habían visto con buenos ojos aquella unión, pero él junto a Theodoro habían logrado convencer a la mayoría de que los nuevos tiempos tenían que venir con la paz definitiva de ambas razas, para que así acabaran las muertes innecesarias. Sin embargo, aún habían algunos que se resistían, sobre todos los que pertenecían a los representantes de los Países Bajos, los cuales alegaban que aquello sería una impureza y una traición a la sangre. Y esa noche tendría que volver a lidiar con aquellos argumentos.

—Estúpida guerra —maldijo al doblar en la esquina en que se encontraba el edificio que servía como centro de reunión. Aquella guerra se había llevado lo último bueno que había tenido.

Aparcó en un lugar vacío y se bajó. No prestó atención a la sombra que lo esperaba oculto en un rincón. Si quería hablar con él, no debía ocultarse tanto, no estaba de humor para jugar al espía.

—¿Qué quieres, Carímides? —le preguntó a la sombra que se movió rápidamente hasta quedar al lado suyo.

El macho de ojos diamantinos se unió a su marcha. Por un momento se quedó en silencio para luego romperlo con una profunda y amenazante voz, digna del cazador de quien provenía.

—Esto está empezando a complicarse más que antes, Angus —le dijo.

—Eso ya lo sabía, griego —le contestó de mala forma, aunque sabía que el macho no se ofendería.

—No, no lo sabes, Angus —le volvió a decir—. Hay cierta inestabilidad entre La Sociedad. Está dividida. Hay muchas especulaciones sobre la muerte de Anastasia y la desaparición de Rodrigo. Los ánimos están bastante caldeados entre los que creen en el nuevo porvenir y los conservadores que quieren mantener el antiguo régimen. No sé en qué estabas pensando cuando decidiste creer en las palabras de esa diosa — agregó, mientras se abrían paso por el gran pasillo, adornado con costosas pinturas.

—Yo tampoco lo sé muy bien, Carímides, pero eso no tiene por qué saberse —le contestó fríamente, antes de abrir las grandes puertas que daban a la sala de reuniones.

La vista fue inmediata. La circular Sala del Concejo estaba atestada de vampiros en un costado y dos representantes lupinos en el otro.

—¿Desde hace cuánto que no veíamos a la raza vampírica reunida casi en su magnitud, Angus? —le preguntó Carímides.

—Desde el 1800, viejo amigo. Cuando aún debíamos celebrar los consejos de guerra con los líderes de cada pueblo —le contestó. Ese día se habían unido más a la reunión. Podía observar a los representantes de Asia mirando ceñudo a los dos cambia formas que no parecían inmutarse ante el escrutinio.

—No me gustaría estar en tu pellejo —le respondió el griego.

—En este momento no harán nada para contradecirme, Carímides. Los años pesan y hasta el momento yo soy el más viejo que va quedando. Hay que estar atento a lo que se habla entre ellos fuera de las instalaciones. Es ahí en donde se tiene lugar las conspiraciones, griego.

—Cómo sea, esto cada vez se ve más complicado, Angus. ¿Cuántos crees que realmente están de tu lado? —le preguntó, mientras barría la sala, fijándose en cada uno de los miembros.

—Menos de la mitad, con suerte —le respondió lacónicamente.

—Y en ese menos de la mitad, ¿en cuántos crees que puedes confiar realmente? —le volvió a preguntar.

—En ninguno —le contestó—. En la política no se puede confiar en nadie, griego. Sólo en los que han luchado contigo mano a mano —agregó, mientras se abría paso hacía el puesto central. La sala se quedó en silencio apenas vieron entrar al más antiguo que iba quedando—. Esta noche debemos prepararnos para una larga conversación, viejo amigo. Creo que el último que faltaba por llegar ha decidido hacer acto de presencia—le dijo.

Carímides entendió la indirecta porque disimuladamente observó hacia el lugar en que se encontraba el alto macho de mirada oscura. El ruso, miembro constituyente del disuelto Concejo de Anciano, los miraba desde uno de los puestos, con su magnánima presencia.

—¿Realmente crees que Dimitri está en contacto con Rodrigo? —le preguntó el griego por medios psíquicos.

—Nunca hay que descartar nada, Carímides. En esta sala con suerte evitaríamos sacarnos la cabeza tú y yo, y hasta eso lo dudo —le contestó con la usual calma que le mostraba a todo el mundo.

El griego lejos de ofenderse esbozó una pequeña sonrisa de camarería.

—Quizás las bolas peludas nos ayudarían a arrancar unas cuantas cabezas antes de que nos preocupáramos de enfrentarnos entre nosotros.

Él dejó escapar una silenciosa carcajada antes de sentarse en su lugar y enfrentar al expectante grupo. Fijó la mirada en los dos lycan y con un gesto de la cabeza los saludó. Vicente y Sebastián le devolvieron el saludo, antes de que él se dispusiera a hablar. La sala volvió a quedarse en silencio a la espera de las palabras de su substituto líder, evaluando cada detalle por muy mínimo que fuera.

La raza vampírica no perdonaba fácilmente los errores, así que al mínimo fallo él y los cuatro vampiros que habían participado en la lucha contra Rodrigo, terminarían, sin duda, en un lindo baño de sol. Y eso por muy tentador que le pareciera, no era un lujo que se podía permitir. Primero erradicaría las antiguas costumbres y conduciría a esa inestable raza a nuevos días. Sólo necesitaba pronunciar las palabras adecuadas para convencerlo de que todo había llegado a su fin. Luego, podría darse todos los lujos que quisiera. Estaba a punto de hablar cuando la puerta de la sala se abrió estrepitosamente, una femenina figura, seguida de un macho de cabello oscuro irrumpieron en la sala.

Mio amico, hay una noticia que debemos darte —le habló Theodoro con aquella sonrisa que no presagiaba nada bueno.

—¿Qué ha pasado? —se oyó preguntar.

—Las Sombras parecen haber decidido abandonar la ciudad y el país. Las cloacas están vacías, es como si nunca hubiesen existido —le habló la exquisita voz de Laura, que con paso majestuoso se adelantó hasta quedar frente a frente a él. Y extrañamente se quedó sin habla al perderse en el verde de sus ojos.

Ni la forzada tos de Carímides ni la risa burlona del italiano lograron sacarlo del ensimismamiento en que pareció hundirse. Por un momento sólo existió en su mente la profundidad de esos ojos. Todo lo demás pareció desvanecerse.

Rodrigo bajó del destartalado automóvil y sonrió de malas ganas cuando vio que la excavación iba a paso de tortuga. Los humanos que había contratado para la faena carecían de rapidez y de cerebro, porque si tuvieron esto último, sabrían que lo que él quería era que se apuraran.

Caminó altaneramente entre la tierra removida y bajó ágilmente hacia la precaria entrada a una de las tantas ruinas que tenía en su viejo mapa. Uno de los sujetos que estaban a cargo de aquella misión lo vio y se aproximó a él. Claramente el humano no tenía idea de con qué criatura estaba tratando, porque si lo supiera se mostraría mucho más dócil.

—No esperábamos que se apareciera por estos lados —le dijo el humano en un perfecto inglés a pesar de que el sujeto era japonés—. Al menos no hasta primera hora de la mañana —agregó el sujeto y el no pudo evitar esbozar una sonrisa irónica.

El humano no tenía la culpa de ser ignorante, no tenía culpa de no saber que el era una criatura nocturna incapaz de salir a pleno sol, y tampoco tenía la culpa de no saber que él tenía la capacidad de rasgarle el cuello en menos de lo que lleva pestañar.

—Preferí darme una vuelta ahora. Mañana estaré muy ocupado, sin embargo, veo que no han avanzado nada, eso me molesta mucho señor Takashi —le espetó inyectándole a su voz una oscura amenaza que hizo tiritar inconcientemente al humano—. Contraté a su empresa porque creí que era la mejor. Mi tiempo aquí es limitado Takashi San, así que no me puedo permitir perder más tiempo —agregó arrastrando las palabras en una danza macabra.

El humano lo miró y se quedó tembloroso pegado al suelo. Él le dedicó nuevamente aquella sonrisa cargada de malignidad y fastidio, lo que aumentó el sensato temor en el japonés. El individuo agachó la cabeza en señal de disculpa y de respeto y comenzó a dar órdenes a los obreros que seguían excavando sin haber parado ni un segundo.

Rodrigo volvió a ponerse en camino y desplegó su aura oscura, infundiéndole a todos los humanos presentes la dosis necesaria de miedo, cada uno de los trabajadores agacharon las cabezas en señal de sumisión. Si hubiese querido ser más malvado, hubiera sacrificado a uno de los obreros, despellejándolo delante de sus compañeros para que se pusieran a trabajar más rápido. Tal vez, si se seguían demorando, lo hiciera; sin embargo, tendría que pensarlo bien, los japoneses eran algo supersticioso, no querría llamar demasiado la atención sobre su persona.

Las miradas de soslayo iban y venían y él avanzaba a paso lento observando con magnánima superioridad el pobre trabajo. Llegó hasta la entrada de la ruina y se detuvo a mirar los signos que adornaban la vieja y destruida construcción. Takashi se acercó a él y murmuró:

—Es del periodo Heian.

—Ya lo sé, Takashi san —le contestó tratando de sonar amable.

El humano volvió a hacer una reverencia y se volvió a su trabajo.

Rodrigo observó con detenimiento el portal y suspiró. Tenía la fuerte impresión de que allí no encontraría nada, sin embargo, a pesar de tener la certeza de estar perdiendo el tiempo, debía seguir con las excavaciones, no se podía dejar llevar sólo por un instinto. Lamentablemente debía agotar todo antes de abandonar.

Antes de girarse y subirse nuevamente al viejo Jeep, se detuvo en seco cuando sintió la presencia del Diluviano.

—Señor, los avances son lentos —le dijo y él estuvo a punto de descargar su frustración e ira con él, pero se contuvo. No podía permitirse un espectáculo. Aún no, hasta que encontrara lo que andaba buscando.

—Lo sé, Nigromante, —le susurró cosa que sólo él escuchara.

—Hay unos cuantos que gustosos harían el trabajo de estos humanos, señor —le murmuró de la misma forma—. Sólo tendría que prometérselos como alimento y excavarían a una doble velocidad —agregó y él estuvo tentado de aceptar.

—Taken, no es el tiempo aún de que muestres mis cartas —le contestó, llamándolo por primera vez por su nombre—. Estoy sumamente seguro que Angus está al pendiente para encontrarme ocupar a Las Sombras en esta instancia sería estúpido.

—Pero, señor, el hecho de que Las Ratas hayan abandonado la ciudad será motivo de sospechas —argumentó.

Rodrigo miró nuevamente en dirección de la faena y sonrió.

—No me subestimes, Nigromante. Mientras Las Sombras se mantengan alejadas de mí, me servirá para despistar a Angus y a sus tontos cazadores. Además ya tengo a alguien instalado en el concejo, y estoy seguro que hará muy bien su trabajo —le murmuró y se encaminó hacia el pobre coche. Se subió y echó a andar el motor mientras observaba nuevamente la ruina—. Cualquier cosa, comunícate conmigo —le dijo al nigromante.

Taken asintió y le dedicó una macabra sonrisita, entre complicidad y diversión.

—Y procura buscar tu alimento lejos de la zona. No es momento para poner nerviosos al ganado —agregó refiriéndose a los trabajadores—. Una vez que el trabajo esté hecho, podrás hincarle el diente a uno que otro, mientras tanto, refrena tus instintos.

El Diluviano dejó escapar una oscura carcajada que logró poner nerviosos a los japoneses que echaron miradas furtivas hacia su dirección. Pobres idiotas.

—Como quieres —le contestó Taken y se giró para volver a su sitio.

Rodrigo puso en marcha el automóvil y se internó en el hostil paisaje, dejando atrás el supuesto campamento arqueológico que estaba financiando. Lo que ningún humano sabía era que lo que él estaba buscando estaba muy lejos de ser una simple pieza de museo. Lo que él estaba buscando le devolvería el puesto y el prestigio que Angus le había robado, y acabaría de una vez con la odiosa raza lupina. Sólo debía encontrarlo.

Una vez que la faena concluyera, si no estaba entre esas ruinas, viajaría a Egipto, tal vez entre toda esa arena al fin lo hallaría. Sólo un poco de paciencia y luego todo acabaría.

Laura observó la circular sala antes de fijarse en el vampiro que se encontraba en el centro de todos los representantes. La púrpura y profunda mirada de Angus se clavó en la de ella y por un momento sintió que toda la sala desaparecía. No era la primera vez que le pasaba, de hecho era algo que le ocurría con bastante frecuencia cada vez que se enfrentaba a Angus. Desde que lo había conocido hace unos treinta años atrás, se había quedado prendada de él, sin embargo, Ang parecía sólo tener ojos para su discípula, así que ella sólo se había limitado a quedarse en las sombras, conformándose con mirarlo de la lejanía, desde la seguridad del anonimato.

No se dio cuenta de que todos estaban pendientes de ellos dos hasta que Theodoro la sacó de su ensimismamiento.

—Al parecer se sintieron intimidadas y salieron corriendo de la ciudad.

No pudo evitar parpadear de asombro ante la aseveración de Theo. De verdad que a veces le sorprendía la sencillez y la ingenuidad con la que enfrentaba los problemas. No, mejor dicho con la temeridad con la que los enfrentaba, ya que para él no había diferencia alguna entre los casos: si había que luchar, se luchaba y fin de la discusión. Lo peor era que el macho parecía disfrutar de sobremanera, quizás psicópata sería la palabra correcta para definirlo, sin embargo, era sumamente leal, quizás demasiado.

—No quedó nada, al menos en los puntos más comunes de la ciudad —se oyó decir, mientras los murmullos se expandían en toda la sala, por lo cual, por primera vez desde que había entrado en el lugar, dio una vista general.

La sala circular estaba atestada de vampiros, era un tumulto de los más ancianos de la raza, pero ninguno se asimilaba ni se acercaba ningún poco a la edad que tenía Angus, quizás por eso todos los presentes no se alzaban en una revolución. Dentro de la estirpe vampírica, los años pesaban por lo cual atacar o pensar en asesinar a un vampiro que te superaba en edad era considerado una traición.

Sin duda, que todos ellos y sobre todo Angus estaban en la cuerda floja, sin embargo, con respecto a este último contaba con la ventaja de sus casi ocho siglos que superaba con creces los seis de Theo que era el que lo seguían en edad, y los quinientos años de Dimitri que se coronaba en este momento como el tercer anciano. Dios, el Ruso era un macho peligroso inestable. No se fiaba de él, sobre todo por esa mirada oscura y penetrante que resguardaba quizás qué oscuros y desagradables secretos, no, por donde lo miraba nada en él le daba confianza, pero había sido miembro fijo del concejo de ancianos, del Senado, así que debía respetarlo aun cuando no le gustara ni siquiera un poco.

Desvió su vista de Dimitri y volvió a fijarla en Angus que se veía sumamente fastidiado, quizás haberse aparecido así como así cuando los ancianos del resto del mundo estaba celebrando la décima reunión en la semana, no había sido muy buena. Pero ambos, Theodoro y ella, no habían podido aguantarse.

Las Sombras era un sub clan. Su nacimiento había sido un misterio para todos y lo seguiría siendo. Eran vampiros que guardaban celosamente sus secretos y sus artes. Se vendían al mejor postor y su apariencia era desconocida por todos, poseían un don único que les permitía mantenerse en la oscuridad para no ser visto, ya que al parecer su aspecto era vil y poco agradable para la vista. Rodrigo los había contratado para eliminar a Angus y a todo aquel que estuviera relacionado con él. El contrato debería haber durado hasta que se esfumó de la faz de la tierra, pero al parecer no era así, porque Las Sombras también habían desparecido. Dios, ¿qué le podría haber ofrecido Rodrigo para que abandonaran la ciudad así como así? Debería estarle pagando con algo sumamente importante o sino de otra manera no se arriesgarían.

—¿Y qué tiene que ver eso con nosotros? —oyó que alguien preguntaba.

Calmadamente se giró y observó al que había hablado. Un vampiro sumamente corpulento y para nada agraciado sonreía con suficiencia y pedantería. A Laura le dieron ganas de golpear su feo rostro hasta hacerlo sangrar por aquella estúpida expresión que adornaba su cara, pero se contuvo, en parte porque si lo hacía todo lo que Angus y Carímides habían ganado en la última semana se vendría a bajo en lo que lleva pestañar. Antes de que pudiese replicar algo, se le adelantaron.

—Mucho, Kurt. Demasiado diría yo si los últimos con quien trató Rodrigo antes de desaparecer y con quién pactó un trato para matarnos y deshacerse de Vicente, junto con los documentos que dejó José, fueron con Las Sombras —sentenció Angus con voz afilada y demasiado fría.

Laura giró su rostro hasta él y tuvo que contener el aliento. Ante el concejo estaba nuevamente el anciano y el líder de La Sociedad en todo su esplendor y así lo supo Kurt porque inmediatamente borró su idiota sonrisa y se sentó sin decir ninguna palabra más. El resto de los vampiro comenzaron a murmurar, pero ninguno parecía atreverse a decir lo que pensaba en voz alta.

—Creo que deberíamos empezar una cacería —aportó otro macho, de constitución delgada, pero letal, se podía ver en sus negros ojos y en sus facciones.

Una nueva oleada de murmuraciones se extendió.

—Claro y con eso lograríamos levantar demasiado ruido. Si es verdad lo que Angus dice, entonces Rodrigo estará al pendiente de nosotros —agregó otro macho.

—¿Y sólo porque Angus lo dice, tenemos que creerle? —preguntó otro que tenía rasgos aristocráticos y parecía salido de una película del siglo XIX, era probable que en vida hubiese sido un noble inglés, aquella idea le dio un escalofrío, por lo cual desvió la vista inmediatamente.

—No, claro que no, lord Redmond —contestó Angus con una calma espeluznante—. Porque no lo digo sólo yo, Robert, lo dice Gea y eso ya nos lleva a un plano que escapa a todo nuestro control. Estamos hablando de órdenes divina y contra eso no tenemos mucho qué hacer.

—Entonces que Gaia se aparezca en esta reunión y confirme tu desfachatada historia, Yves —habló otro vampiro y por un momento no supo a quién se estaba dirigiendo, pero cuando Angus respondió supo que aquel era su apellido, ¿cómo nunca antes se lo había preguntado?

—Eso no podrá ser, Yair —contestó secamente Angus.

—¿Y por qué no? Seguramente porque todo lo que estás diciendo es mentira…

—Porque Gaia no responde a órdenes. Nadie le dice a la diosa lo que tiene qué hacer, chupasangre —habló por primera vez Vicente que estaba al lado de Sebastián y ambos tenían cara de pocos amigos, era obvio que se sentían fuera de lugar.

Los susurros de desaprobación se elevaron. Estaba claro que a los vampiros no le gustaba la presencia de los dos cambia formas.

—¡Silencio! —oyó que levantaba la voz Angus y al momento todos se quedaron en silencio.

Laura observó nuevamente la sala y se sorprendió cómo la mayoría parecía sumamente incómodos por no poder hablar. Vaya, sí que los años pesaban.

—Vicente tiene razón, señores —concluyó Angus con el mismo autocontrol que venía mostrando desde que comenzaron las reuniones—. Es una diosa, por lo cual sumamente delicada en cuanto a las órdenes. Si ella quisiera aparecerse ante ustedes lo haría, pero al parecer no es el caso.

—Por favor, Angus. ¿No te das cuentas que nos estás entregando una linda historia de hadas sin pruebas concretas? —le preguntó Yair sin disimular su desprecio.

—Es verdad, lo único con lo que contamos es con tu versión de los hechos y nada más. No puedes esperar que te sigamos ciegamente, Yves —Volvió a hablar el noble inglés.

Angus se reclinó en el asiento y penetró con la mirada a Lord Redmond antes de volver hablar lentamente.

—Claro que sí, señores, estoy sumamente conciente sobre el asunto —sentenció—. Y tampoco espero que me crean ciegamente, sólo les pido un voto de fe y tiempo para demostrarles que lo que les vengo diciendo es verdad —concluyó—. No creo que sea mucho pedir. Está claro que en este momento nos encontramos en una situación delicada y por edad me toca a mí tomar las riendas de la raza les guste o no. Rodrigo ha desaparecido, dudo mucho que esté muerto, por lo cual nuestro deber es encontrarlo y hacer que compadezca ante el concejo, pues entonces tendrán el segundo punto de vista de esta historia, mientras tanto pueden seguirme o estar en contra mía. Pero mi consejo es que opten por lo primero, señores, porque sin duda es lo más sabio —agregó con la amenaza impregnada en la voz y resaltada con el brillo de peligro de sus púrpuras ojos.

Toda la sala se quedó en silencio sopesando cuál sería la mejor forma de proseguir al final el único que habló y cerró la discusión por esa noche fue el Ruso con su fría y tenebrosa voz.

—Le encuentro toda la razón a Angus, caballeros. Es nuestra única opción así que debemos tomarla. Además ya tendremos el tiempo necesario para hacer pagar al culpable, después de todo lo que más nos sobra es tiempo —concluyó sin despegar su negra mirada de los morados ojos de Angus estableciendo una silenciosa lucha o tal vez una silenciosa postura de principios.

—Pues entonces a votar, ancianitos —habló Carímides—. Quien quiera dar su voto de fe que levante la mano —indicó, tras lo cual más de la mitad de los reunidos dio su voto. El resto se levantó en silencio y salió de la sala.

Ella se quedó parada en el mismo lugar mientras Theodoro se acercaba a los dos hombres lobos y establecían una silenciosa y privada conversación. La sala comenzó a vaciarse, pero ella no sintió las ganas de salir de ahí. Lo último que había dicho Dimitri le había parecido que había ido con segundas intenciones. Dios, pero ¿quién en esa sala decía completamente la verdad? Después de todo eran vampiros y la honestidad tomaba un matiz de relativismo. Suspiró y movió la cabeza negativamente.

—Laura —al oír su nombre se sobresaltó, cuando levantó su rostro se encontró con los ojos de Angus que la miraban fijamente. Se puso inmediatamente nerviosa.

—¿Si? —le preguntó completamente incómoda.

—Sígueme —le ordenó y salió de la habitación dejándola atrás.

Ella se quedó parada tratando de procesar lo que le había dicho, luego se dio cuenta de que él ya se había perdido en el largo pasillo. Suspiró nuevamente y salió tras de él.

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