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sábado, 1 de agosto de 2009

El Submundo: prólogo y portada


Nuevo proyecto: Saga El Ensueño. Libro 1: El Submundo

Prólogo:

La fresca brisa de la primavera la golpeó en el rostro. Llevaba oficialmente tres días enteros persiguiendo a un nuevo traidor. No debería ser distinto al resto de los casos que había atendido en los últimos cien años, sin embargo, este renegado parecía ser más escurridizo que los otros parecidos a él.

Nione Caspell, era una vampiresa de doscientos años de edad, creada directamente de uno de los más antiguos inmortales de la raza, sin embargo, su constante ansias de independencia la llevaron a abandonar la protección de su maestro a los pocos años de haber sido transformada. Fue así como recién transcurrido medio siglo, Nione rompió las cadenas definitivas con su anciano mentor, abriéndose caminos por sí misma en el mundo de la inmortalidad.

Vagó por más de un siglo, aprendiendo a sobrevivir en precarias condiciones, hasta que encontró un lugar en el círculo más elitista de la especie vampírica. Fue en medio de aquella sociedad que pulió sus innatas habilidades de guerrera y cazadora, logrando rápidamente coronarse como una de las rastreadoras más eficaces del Delta, sociedad encargada de cazar a todos aquellos individuos que de una y otra forma habían perdido el rumbo, transgrediendo las reglas impuestas por el consejo vampírico y por el mismo príncipe de la raza.

El sol hace un rato había despuntado en la cordillera emitiendo sus rayos por sobre el antiguo bosque. Sus ojos ya estaban cansados por los tres días que llevaba sin dormir y sin alimentarse, así que tuvo que llevarse las manos para tapar su sensible vista aplacando así un poco el insoportable ardor que comenzaba a sentir.

Tal vez ya era hora de parar aquella cacería, estaba segura que estaba andando en círculo desde hace dos días. Los rastros que había encontrado en las últimas cuarenta y ocho horas eran evidentemente falsos, un trampa para despistarla y llevarla a la dirección contraria.

Sus sentidos estaban empañados por el ayuno obligado al que se había tenido que someter, así que ya no se encontraba en condiciones de dilucidar el enigma, además el lugar en que se encontraba no era precisamente lo más familiar. Los Faes podían ser criaturas amigables la mayor parte del tiempo, sin embargo, odiaban cuando las visitas se extendían por mucho tiempo. Así que lo mejor era desistir cuanto antes la búsqueda de aquel renegado y abandonar aquellos bosques feéricos.

Suspiró antes de colocarse los lentes oscuros para protegerse sus, cada vez más, sensibles ojos color verde avellana y se echó la capucha de su negro polerón sobre su cabeza. Era una de los pocos vampiros que podía tolerar el sol en todo su esplendor, pero en su actual condición de desnutrición y cansancio el aguante estaba mermado, así que su piel y su vista estaban comenzando a sucumbir ante la debilidad legendaria de la raza.

Echó a correr con sus últimas energías en dirección del majestuoso palacio de cristal del reino Fae que se escondía entre las espesura de los árboles y unos cuantos encantamientos, para mantener a los curiosos e indeseados lejos de sus paredes. Era un trámite que no quería realizar, pero era esencial hacerlo si quería seguir en los buenos términos con aquella mágica e impredecible estirpe.

Se detuvo en seco cuando llegó ante la inmaculada y esplendorosa fortaleza. Los peculiares guardias al reconocerla la dejaron pasar sin antes dedicarle una clara mirada de aburrimiento. Aquel gesto fue suficiente para reafirmar su decisión de abandonar esas tierras lo antes posibles; sin embargo, debía dejar constancia que se retiraba de los dominios del rey feérico, pero que mantendría la vigilancia por el renegado que se había escabullido en esas zonas. Sabía que la realeza de las hadas estaría encantada de ayudar en la búsqueda de aquel inesperado visitante por el sólo hecho de haber osado pasar los límites de sus propiedades sin una invitación ni un permiso claro.

Antes de que llegara al final del pasillo, las puertas que daban al gran hall se abrieron de par en par, dando a entender que la estaban esperando. Aquella constatación logró ponerle los pelos de punta. Aquellas criaturas poseían artes que se negaban a compartir con cualquier otra especie, guardando celosamente sus secretos.

Apenas cruzó el umbral hizo una formal reverencia al rey y a la reina que se encontraban sentado en sus tronos de cristal custodiados por más de aquellos peculiares guardias. Nione levantó la vista y se fijó en su entorno. La corte de la Casa Fiona estaba en toda su majestuosidad. Grandes estandartes con el escudo de la Casa decoraban las finas paredes. El gran león hacía presencia en todas las decoraciones del palacio de los Sidhe de Fiona. Unas cuantas Pooka revoloteaban por aquí y por allá en su forma animal, mientras que cientos de Sátiros agasajaban y entretenían a los curiosos nobles de la corte.

—Nione, se me ha informado que ya te retiras de nuestros territorios —la voz de lady Fiona se abrió paso con su usual tono etéreo hasta sus oídos.

Nione observó a sus anfitriones sopesando cuál era la mejor forma de responder sin ofenderlos ni alarmarlos.

—Sólo con la verdad, vampiresa. —Sentado a la derecha de su cónyuge se encontraba lord Rathsmere, actual rey regente del feudo de esa zona. Le habló con la usual calma que caracterizaba a la nobleza de las hadas.

—Me temo que sí —contestó con firmeza—. Ya no veo el motivo de quedarme más por estas zonas, teniendo en cuenta que estoy llegando a mis límites buscando un fantasma que de hace mucho se esfumó de estas tierras.

La risa de lady Fiona acarició sus oídos con una nota suave y relajante.

—Pues entonces me permitirá enviarla a su hogar sana y salva —le indicó la reina.

Nione se sorprendió ante el ofrecimiento, pero lo mejor era que lo declinara, no quería estar en deuda más de lo que ya de por sí estaba con el hecho de que la hubiesen dejado cazar en esa zona.

—No se preocupe por debernos nada, Nione —habló el rey con una sonrisa demasiado enigmática en el rostro—. Tómelo como una atención a un muy buen amigo. Además su portal ya está preparado —la tentó lord Rathsmere.

—Sí, querida. Se ve bastante cansada estoy segura que agradecerá que la enviemos inmediatamente a los refugios de sus paredes lo antes posible —agregó la reina.

Nione procuró no suspirar de resignación, aquel pequeño gesto podía ser tomado rápidamente como una falta de respeto.

—Será un placer —aceptó al cabo de unos segundos.

La corte en pleno estalló en aplausos por la decisión tomada, mientras que los reyes se reían de una forma demasiado encantadora. Nione se puso en guardia.

—Oh, querida, no se ponga a la defensiva. Mi corte suele ser demasiado efusiva —aclaró la reina—. La Casa Fiona se caracteriza por la demostración de afecto sin tapujos.

El rey movió los dedos indicando a uno de los nobles que guiara a Nione hacia la sala contigua en donde se encontraba listo el portal que la llevaría directo a su hogar. Ella se encaminó sin protestar procurando hacer una reverencia de despedida antes de retirarse.

—Querida —la llamó lady Fiona, ante lo cual Nione se detuvo.

—Sí, su majestad.

—Nos gustaría estar seguros que cuando necesitemos de su ayuda usted nos las prestará —le dijo sin inmutarse. Entonces Nione comprobó su conocimiento de que las hadas nada lo daban gratis.

—Claro, mi lady —le contestó antes de hacer una reverencia y abandonar el gran hall.

—Una chiquilla encantadora —acotó lord Rathsmere, mientras veía desaparecer a su invitada.

Su cónyuge lo miró con una expresión divertida antes de contestar.

—Sin duda, mi querido, sin embargo, es algo demasiado inocente para este mundo cada vez más oscuro y traicionero —le contestó, antes de ordenar que la música y la fiesta continuara.


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