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domingo, 2 de agosto de 2009

El Submundo: capítulo 1

Capítulo 1:

Nione entró de golpe a su oscura habitación. Se sacó de un tirón su raído abrigo de cuero y de la misma manera comenzó a quitarse las armas que llevaba encima: tres dagas cayeron en la cómoda; seguida de dos berettas, una con balas de platas y la otra con balas especiales rellenas de luz; una espada siguió el mismo camino y finalmente dos garras retractiles hechas de platas cayeron en la fría superficie.

Estaba de un muy mal humor. Después de haber pasado tres días en los dominios del rey Fae había tenido que partir hacia los bosques de los lupinos en busca del mismo renegado, y a pesar de que había contado con la ayuda de cazadores de Randall, el resultado había sido el mismo que había obtenido en los bosques de Fiona.

Apenas había podido alimentarse y apenas había podido dormir unas cuantas horas, cuando había tenido que partir al tumulto de los cambia formas. Había pasado esta vez cuatro días sin pegar ojo y sin beber una gota de sangre. Su cabeza le daba vuelta por la constante exposición a la luz solar y su cuerpo olía una extraña mezcla del olor dulzón de las hadas y el olor a tierra de los lobos, porque ni siquiera había tenido tiempo de sacarse bien el aroma de los Fae, que era totalmente insoportable para los vampiros, así que llevaba oficialmente siete días con el olor a caramelo sobre su cuerpo.

Gruñó, antes de sacarse de las botas de cuero con hebillas de metal, dos dagas del mismo material que tanto daño hacia a las criaturas mágicas. Las lanzó sobre la cómoda donde cayeron estrepitosamente.

Estaba quitándose los oscuros lentes cuando sintió por primera vez desde que había entrado a su habitación, una presencia extraña. Inmediatamente se puso en guardia agarrando una de las dagas, pero se tranquilizó cuando se encontró con unos familiares ojos dorados desde un rincón de su habitación.

—Pero qué carácter, florecita —habló el macho desde la oscuridad, sin embargo, ella era capaz de verlo perfectamente a pesar de que sus ojos estuvieran cansados.

Ella sonrió a la gran figura, que iba vestido completamente de negro fundiéndose aún más con la carencia de luz.

Era un espécimen magnífico. De casi dos metros de altura y tallado perfectamente. Sus músculos se notaban a pesar de que iba cubierto por un gran abrigo muy parecido al de ella. Su cabello era algo ondulado y de una castaño claro que en el sol destellaba reflejos dorados. Su boca era seductora y siempre iba curvada en una sonrisa de depredador, y sus ojos siempre tenían un brillo de una oscura amenaza. Si cualquier persona se le cruzaba por delante, inmediatamente se sentiría intimidada por la esencia depredadora de él, sin embargo, para Nione aquel individuo era la imagen más cercana que tenía de un hermano o de un mentor.

—Agustín, mierda, me asustaste —le contestó sintiéndose relajada.

Él salió de la penumbra y la miró divertido, mientras caminaba lentamente hacia ella y la abrazaba fraternalmente.

—Esa no era la bienvenida que me esperaba, florecita —le dijo, depositando dos besos, uno en cada mejilla.

Ella sonrió, olvidándose momentáneamente de su insoportable dolor de cabeza, y de su evidente frustración.

—Lo siento, Agus, pero no ha sido una buena semana —le contestó, mientras se sacaba el polerón negro con capucha que siempre solía llevar cuando salía a una misión, quedando sólo con un top igualmente negro.

—Así veo —habló Agustín desde su espalda—. Apestas a campanita y a perro mojado —se burló de ella.

Nione se rió de pronto de muy buen humor.

—Ahora le haces asco a la esencia feérica, después de que es sumamente conocida tu afición sexual por aquellas criaturas —le contestó con burla en la voz.

La aterciopelada risa de él flotó en el aire con magnánima gracia. Lo sintió moverse sigilosamente, característica adquirida con los años, por la habitación. Sintió que se detuvo frente a la cómoda y que comenzó a trajinar su arsenal de armas evaluándolas con ojos de experto.

—Procuro aguantar la respiración cuando me revuelco con una campanita —se burló de ella, dejando de lado sus dagas y admirando sus dos pistolas con sus respectivas cargas—. Sorprendente, cada vez el Delta se supera en cuanto a armas —le dijo, observando con ojo crítico las balas de luz que resguardaba una de las berettas.

Ella lo observó mientras trajinaba en su armario en busca de ropa limpia y meditó sobre la presencia de él en esas instalaciones.

—¿Qué haces por estos lados, Agustín? No es propio de ti dejarte caer por las instalaciones del Delta —le dijo, mientras sacaba una fina camisa azul eléctrico, color característico de los cazadores de aquella sociedad elitista.

El macho siguió observando y revisando su arsenal con una calma que parecía natural, pero ella sabía que estaba en guardia… sí, una guardia que nunca bajaba.

Agustín se giró un poco y la observó de pies a cabeza y no ocultó por ningún momento su característica sonrisa.

—Tal vez la falda de mezclilla combine a la perfección con aquella blusa y logre que el concejo se apiade de ti por no traer al renegado contigo —le soltó de forma burlona—. Aps y las botas negras con tacón lo hará parecer un conjunto bastante sexi —agregó, mientras soltaba una de sus dagas sobre el mueble.

Nione lo observó directamente a sus dorados ojos y le sostuvo la mirada. Por un instante la habitación se quedó sumida en silencio, mientras ellos sostenían una callada lucha de poderes. Ella trataba de descifrar lo que él estaba pensando, mientras Agustín trataba de resguardar sus secretos. El ganador de antemano estaba elegido, pero Nione siempre tenía la esperanza de romper sus barreras.

—Ya, sólo dilo —soltó después de un rato, comenzando a exasperarse.

Agustín comenzó a reírse poco a poco hasta que el cuarto se vio inundado por su seductora carcajada.

—Sólo vine a visitarte —le dijo haciendo un puchero, lo que provocó un extraño efecto en él. Un dios del sexo haciendo puchero era una extraña combinación.

—Y yo soy el príncipe Eric vestido de mujer —le contestó, tirando sobre la cama la falda que él le había dicho que se colocara y la blusa que había elegido—. Si fuera ingenua te creería, pero te conozco demasiado bien para hacerlo. Sé que odias todo lo relacionado con el Delta, Agustín, así que ni siquiera por mí entrarías a sus edificios corriendo el riesgo a que te vieran —argumentó colocándose ante él y analizándolo nuevamente con la mirada aunque sabía que no lograría penetrar en su mente. El macho tenía muchos años más de experiencia que ella y llevaba mucho tiempo más en el negocio como para saber de sobra como ocultar sus pensamientos.

—Bien, lo intenté —reconoció y levantó las manos en señal de rendición—. Pero la verdad es que no mentí cuando dije que quería verte —agregó, dejándose caer nuevamente en la silla en la que había estado sentado antes de que ella apareciera.

—¿Y? —lo instó a continuar.

—Es de dominio común que intentaron matar a Eric, Nio —le dijo y comenzó a jugar con una moneda antigua, moviéndola entre sus dedos. Era una manía que él tenía desde que lo había conocido hace más de cincuenta años atrás, cuando ella había entrado por primera vez al Delta. En ese entonces Agustín ya pertenecía a la elite de cazadores de la sociedad. Se habían hecho amigos rápidamente y después de unos cuantos años él había abandonado al Delta. Aún era un misterio para todos, los motivos que lo habían movida a demitir, incluso para ella que nunca se lo había preguntado esperando a que él confiara en su persona, pero nunca lo había hecho así que simplemente lo había aceptado—. Pensé que el príncipe pagaría lo suficientemente bien si le llevaba al traidor a sus pies —terminó por decir como si hablara del tiempo—. Sabes que soy un caza recompensa, Nione, no debería sorprenderte mis motivos egoístas —agregó al ver su cara de estupor.

Sí, ella lo sabía. Después de que Agustín dejara el Delta se había dedicado a cazar fortuna, fuera de la ley.

—Y quieres mi ayuda para que te proporcione información sobre el caso, ¿verdad? —afirmó más que le preguntó con cierto sentimiento de decepción.

—O no, pequeña, ya tengo aun excelente informante. No te mentí cuando dije que quería verte. Hace mucho que no hablábamos, florcita —le contestó, mientras se levantaba y se acercaba a ella y acariciaba su mejilla con gesto paternal.

—Parecías muy ocupado, Agus, por eso no he ido a visitarte, además sabes que no sería bien visto. Ahora tú actúas fueras de las leyes —le dijo.

—Y es entretenido, deberías unirte —le contestó volviendo a sonreír.

—Sabes que no puedo jugar a dos bandos, Agustín. Pertenezco al Delta, se supone que cazo a los que faltan a las leyes…

Para su sorpresa Agustín chasqueó la lengua en señal de desaprobación y movió las manos en señal de desacuerdo absoluto.

—Bobadas… deja el Delta, Nione. Tú sabes que en mi grupo hay un espacio para ti —agregó.

—¿Grupo?

—¿Qué creías? ¿Qué trabajo solo? Es obvio que tengo un socio. En estos negocios siempre es bueno tener a uno —le contó como si estuviesen hablando del tiempo—. Alejándonos de mí —se cortó en seco— supe que eres tú la encargada de rastrear al renegado que atacó a Eric —le dijo y ella no se sorprendió que lo supiese.

Hace una semana el príncipe de la raza vampírica había sufrido un ataque armado que casi le había costado la vida. El atacante no había sido lo suficientemente rápido ni eficaz para perpetuar la tarea. Eric había quedado vivo y lo había reconocido entregando un retrato hablado bastante detallado. En tan sólo unas pocas horas ella había salido en su búsqueda, pero habían pasado siete días y no había conseguido nada más que pistas falsas.

—Sí, ¿quieres que te dé información sobre eso?

—No es necesario, ya te dije que poseo la suficiente info. para empezar con mi propia búsqueda. Sólo quería saber cómo estabas y quería volver a tentarte para que dejaras esta sucia organización —le dijo y aquello le irritó.

—Si sólo vas insinuar cosas, mejor cállate —le espetó de un muy mal humor.

Él la miró pensativo antes de reír nuevamente.

—Tienes razón, florcita, si no voy a decir nada, mejor me quedo callado —sentenció—. Y creo que es mejor que yo ya me vaya. Tú debes presentarte a dar un informe detallado al comité y ellos no te esperarán si te retrasas —concluyó.

—Pareces saber mucho sobre mi itinerario —lo acusó sintiéndose molesta.

Él simplemente esbozo una sonrisa antes de besar cada una de sus mejillas en señal de despedida.

—Tengo un muy buen informante —le contestó antes de salir en un abrir y cerrar de ojos de la habitación, dejándola completamente sola e irritada. Con mil preguntas en la cabeza que comenzaron a formarse sin pedirle permiso. Suspiró frustrada y agarró su ropa antes de meterse en la baño sin antes pegar un fuerte portazo, descargando así parte de su enojo.

Agustín salió de las instalaciones de la misma manera en que había entrado: en completo silencio y anónimamente. Con unos cuantos pasos silenciosos se alejó lo suficiente para echar un último vistazo a los ostentosos edificios que conformaban el recinto del Delta. Alguna vez él había caminado, dormido, alimentado, flirteado, bromeado y cazado al interior de aquellas construcciones. Pero hace más de cincuenta años que lo había dejado. Para todos era un misterio el por qué el mayor rastreador y cazador del Delta había dimitido, hasta para él a veces se tornaba un misterio, sin embargo, no se arrepentía. La vida que llevaba ahora, era la vida que siempre había deseado, con sus propias reglas.

Caminó furtivamente hasta que se alejó lo suficiente de la sombra de aquella institución.

El Delta había sido creada hace más de dos mil años por el príncipe regente de aquella generación. Edward había gobernado durante quinientos años y había aprobado las mayorías de las leyes que hoy rigen a la raza vampírica. Los libros y los registros lo han mostrado desde los comienzos como el monarca más influyente de la especie, y fue él el que llevó a los vampiros a posicionarse como una estirpe influyente dentro del Submundo.

Suspiró y se internó en la espesura del bosque circundante, su coche lo esperaba entre las sombras de aquel lúgubre lugar. Cuando él había entrado a las filas de los cazadores de elite, aquel bosque poseía una cara distinta. Todo verde y tranquilo, era el refugio ideal para los novatos de esa época. Además servía, sin duda alguna, como un lugar para entrenamiento, muy cotizado por lo más antiguo, sin embargo, ahora parecía un lugar embrujado, demasiado abandonado y demasiado oscuro para ser un ambiente de tranquilidad y paz, nada quedaba del refugio que lo había albergado cuando se cansaba de la disciplina del Delta.

Llegó hasta el oscuro automóvil de vidrios polarizados y un motor a toda prueba y se reclinó en el capó mientras aparentaba relajo; sin embargo, sus sentidos estaban sumamente alertas, tan alertas que no pasó desapercibido la oscura presencia que se extendía a unos pocos pasos de ahí.

Curvó su boca en una sonrisa de suficiencia y agudizó sus dorados ojos para así poder mirar mejor el oscuro espécimen que se ocultaba entre las sombras del lugar.

—¿Desde hace cuánto que estás esperando? —le preguntó con voz amistosa a su no tan inesperado visitante.

La sombra se removió un poco y se ocultó mucho más en la oscuridad reinante, consiguiendo que se le hiciera mucho más difícil seguirlo. Aquello le molestó, porque odiaba que aquel sujeto demostrara su superioridad en cuanto a sigilo y en cuanto a camuflaje, ya sabía que era bueno sin necesidad de que se lo refregara en la cara.

—Deja eso para otro día y para otra persona, Ed —volvió a hablarle. Esta vez el individuo se acercó a un claro en donde fue posible divisarlo en su magnitud—. ¿Vestuario nuevo? —le preguntó en son de burla. Su compañero rara vez vestía distinto. Siempre andaba de negro entero y siempre llevaba aquellas oscuras gafas que ocultaban sus inusuales ojos. Su socio le sonrió con amenaza antes de colocarse a su lado y robarle el cigarro que estaba encendiendo en ese momento.

—Claro, fui de compras ayer. ¿Te gusta mi nuevo abrigo? —le siguió la broma, pero para nada divertido. Y en efecto, el abrigo era nuevo, sin embargo, no muy distinto al que tenía con anterioridad. Estaba seguro que si no hubiese sucumbido a la misión anterior, lo seguiría usando.

—Cambiaste los botones —le contestó, mientras sacaba otro cigarro—. Creo que me gustaba más los de estilo militar —acotó de forma seria.

Su amigo volvió a esbozar su oscura sonrisa antes de pegarle la primera calada al cigarrillo.

—Ya sabes, la moda… —le contestó no muy divertido—. ¿Qué averiguaste? —le preguntó cambiando abruptamente de tema.

Agustín lo miró y lo examinó de pies a cabezas. Era sólo un poco más alto que él y sólo un poco más musculoso que él. Llevaba el pelo largo, negro y bastante liso atado en una coleta. Sus facciones eran duras, pero innegablemente atractivas, la mayoría de las chicas caían rendidas a sus pies cuando lo veían pasar. Era el típico chico duro que expelía masculinidad, cosa que a él le molestaba porque le quitaba cierta cantidad de admiradoras, y mientras que a él le gustaba tener a las mujeres tras de sí, a su compañero le molestaba de sobre manera.

—Lo mismo que ya sabíamos —le respondió mostrando su frustración.

Edgard lo miró y a pesar de que sus ojos estaban ocultos tras las gafas supo que lo estaba examinando para saber si estaba diciendo la verdad.

—No te creo —le contestó después de un rato—. Dijiste que tu informante era lo suficientemente bueno en este asunto —lo acusó, mientra volvía su atención a su cigarrillo.

—Setti, no creas todo lo que te digo —le respondió, llamándolo por su apellido. Edgard esbozó nuevamente aquella sonrisa que nada tenía de amigable. Estaba seguro que en su mente se estaban creando un sinfín de formas para matarlo, revivirlo y volverlo a matar.

—Te diré esto sólo una vez, Agustín —le llamó la atención de forma brusca. Nada nuevo en su persona—. Fue idea tuya meterse en este caso, podríamos haber seguido una misión que estuviese mucho más a manos y que no se involucrase con el Delta, pero insististe y yo acepté, pero con la condición de que averiguaras el primer movimiento, Recart —le espetó.

Agustín suspiró y aquello exasperó aun más a su compañero.

—Bien, bien. Lo importante aquí es que Eric vio cómo era su atacante. El Delta consta con una descripción y con un retrato hablado bastante detallado —le contó, pero su socio no demostró expresión alguna.

—Supongo que lo conseguiste —le dijo con una nota en la voz que no aguantaba una negativa.

—Nop —le contestó simple y llanamente—. Nione lleva el caso, estoy seguro que podría conseguirlo, pero no quiero involucrarla en esto.

—Si esa chiquilla lleva el caso, ya está involucrada, Recart —le contestó secamente su compañero.

—No la conoces, Setti, así que cuida la forma en que te expresas de ella —le respondió cambiando su tono de voz a uno amenazante. Edgard pareció comprender porque se guardó todo comentario, sin embargo, pudo entrever un deje de censura y de fastidio en su rostro—. Cómo sea, También me enteré de que Nione ha estado a la caza de aquel renegado durante toda la semana, primero estuvo en lo bosque de Fiona, en donde el rastro era fuerte, pero después de tres días el rastro se enredó y se perdió en la nada. Los cuatro días siguientes estuvo en el tumulto de Randall y junto a sus mejores cazadores siguieron el rastro que parecía ligeramente distinto al que había seguido en los dominios Fae, pero que poseía la misma esencia, después del tercer día el rastro volvió a perderse. Nione acaba de llegar, por lo cual tendrá que presentarse ante el concilio a dar el informe sobre el caso —concluyó el reporte y miró a su acompañante que había vuelto a adoptar aquella expresión cerrada en su rostro—. Supe que Eric llevará esta noche una fiesta en su mansión para infundir a la población de la confianza que se ha perdido después del ataque—. Agregó y pudo ver un pequeño cambio en la expresión de Edgard.

—¿Piensas que pueden volver a atacarlo? —le preguntó y el se dignó simplemente a asentir con un ligero movimiento de cabeza.

—Supongo que irás tú a esa fiesta.

Agustín no pudo evitar largarse a reír frente la expresión de horror que se dibujó en el rostro de su compañero cuando comprendió que cabía la posibilidad de tener que ser él el que se presentara en aquel evento, por lo cual decidió ser algo cruel.

—Iremos los dos, Setti, así tendremos más posibilidades de cubrir el salón. Recuerda que estas fiestas no son para nada pequeña, Ed —le contestó y disfrutó de sobre manera el ver desarmado al gran Edgard.

—Bromeas, ¿verdad? —le preguntó volviendo a su estoicismo.

Agustín le sonrió con aquella burlona y característica sonrisa y le contestó negativamente.

—Así que anda pensando en encontrar un traje decente y costoso, además de unas lentillas que cubran tus ojos si no quieres mostrar su color verdadero, porque está claro que no te dejaran entrar con gafas de sol a una fiesta de Eric, Setti —agregó y se regocijó en la mueca de horror que se dibujó en su cara.

Agustín apagó el cigarrillo y rodeó el negro coche hasta subirse al asiento del piloto. Bajó la ventanilla que daba al lado en que se encontraba Edgard aún apoyado.

—Nos reuniremos en la entrada de la mansión, Edgard, y quizás sea hora de que hagas galas de buenos modales, Setti. Nos vemos, viejo amigo, y prepárate para una excitante cacería —le dijo y echó a andar el motor para perderse en la espesura antes de salir hacia la carretera con un suave ronroneo del motor de su querido coche.

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