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sábado, 1 de agosto de 2009

Libertad Capítulo 1

Capítulo uno

Meredith descolgó y esperó a que alguien se dignara a contestar. Los segundos pasaban marcados por el tic-tac del reloj de pared, pero nadie era capaz de coger el bendito auricular. Al final se rindió y colgó, lo más probable era que su padre estuviera en una nueva reunión y no tuviese tiempo para gastar en un saludo matutino.

Se desplomó en el lujoso sillón de cuero y esperó cinco minutos antes de volver a coger el teléfono, sin embargo, esta vez marcó un número distinto, esperando obtener buenos resultados. Tras unos cuantos minutos de constante insistencia obtuvo lo que quería.

—Diga —la voz aterciopelada de su madre respondió del otro lado de la línea telefónica.

—¿Mamá? Soy yo, Mere —saludó algo cohibida.

—Cariño, —la llamó algo cansada— ¿cuántas veces voy a tener que decirte que no me llames tan temprano? —le preguntó a regañadientes.

Claro, debió habérselo esperado. Su madre era un tiro al aire, un pájaro nocturno, por lo cual tratar de encontrarla despierta, sin importar el día de la semana, tan temprano era imposible. Y siempre se lo recordaba cuando ella osaba llamarla por la mañana ante de irse a clases.

—Lo sé. Sólo quería saludarte, nada más —le respondió con tono de disculpa.

Cuando hablaba con su madre siempre se sentía disminuida y retrocedía a los años de su infancia, cuando era renegada al rincón más alejado. Debería estar más que acostumbrada a los desprecios maternos, sin embargo, se le hacía sumamente difícil pasar por alto cada una de sus afiladas palabras.

Quizás por todo eso al final el matrimonio de sus padres se había ido al carajo en menos de lo que lleva respirar. Sólo tenía unos tres años cuando ellos se separaron, así que sus recuerdos eran escasos, es más ni siquiera creía posible que alguna vez hubiese constituido una familia feliz.

—Ya es hora de que crezcas, Meredith —la regañó su madre—. No puedes estar por la eternidad dependiendo de tus padres —agregó—. A tú edad yo ya estaba casada y dirigiendo mi propia…

Dejó que las insípidas palabras se perdieran en el aire. Ella, como tantas otras veces, se perdió en sus pensamientos, esperando a que su malhumorada progenitora dejase de hablar.

“Ay, Meredith, deberías aprender que es una inutilidad seguir creyendo que eres remotamente importante para ellos”, se dijo a sí misma, mientras escuchaba el último vestigio de palabras pronunciada por su madre.

—Lo siento, mamá, no lo volveré a hacer. Espero de corazón que te vaya bien —le contestó tratando de sonar segura y confiada, y tratando de mantener a raya el agujero en su corazón que se comenzaba a abrir con cada nota de desprecio en la voz de Elina Sepúlveda—. Te quería contar que mi exposición fue de mil maravillas, de hecho la sección de “Artes y Letras” del Mercurio le dedicó una pequeña mención. Pues bien, adiós —se despidió y colgó antes que su madre la asaltara nuevamente con aquellos reproches e insultos dichos con palabras bonitas.

Lanzó al sillón contrario el bonito auricular de diseño y se terminó de recostar en su bonito asiento mientras luchaba por contener las lágrimas y por tragar el doloroso nudo que se le había formado en la garganta. Pero a pesar de que ya tenía veintidós años le era difícil dejar atrás las inseguridades que la habían atormentado cuando era una niña. Era difícil ser un producto de una relación sin afecto, saber que eras producto de un embarazo no deseado. Su madre constantemente, y por medio de eufemismos, le reprochaba ser la causa de haberse tenido que casar a tan temprana edad y no haberla dejado disfrutar de su juventud, atándola a un hombre que no amaba y que no amaría jamás.

Cómo fuese, Mere sabía que aquella falta de amor la había marcado, porque a pesar de tener veintidós años nunca había tenido una relación seria, jamás se había involucrado sentimentalmente con alguien del sexo opuesto.- se había recluido en una forma de resguardar sus sentimientos, en una forma de evitar que la historia se volviese a repetir. Cielos, el sólo hecho de pensarlo le causaba extremo pavor, por eso mismo prefería mantenerse al margen, sola y en paz.

El teléfono sonó, sacándola de su autocompasión. Cogió el auricular y contestó. Del otro lado de la línea telefónica sonó la entusiasmada voz de Tere. Se sorprendió al darse cuenta que era algo temprano para que su amiga estuviese funcionando.

—Mere, te esperamos en el mismo lugar de siempre a la hora del almuerzo y no faltes, porque Nicky algo tiene que contarnos —le habló atropelladamente.

—Hoy lloverá o peor aún, puede que se acabe el mundo —le contestó tratando de bromear—. ¿Qué sucedió para que estés tan animada a estas horas de la mañana?

—Oh… no lo sé, es sólo que Nicky me llamó hace un rato y me pegó el buen humor —le dijo provocando que pudiera sonreír sinceramente.

—Debe ser algo sumamente importante y bueno para que te haya despertado y arriesgado a recibir tu reprimenda —le soltó medio en broma.

—Me pintas como un ogro y no es así. Tú sabes que para mis amigas siempre estoy disponible —le dijo y se la imaginó haciendo pucheros.

—Lo sé, Tessa, de eso no hay duda —le contestó con una nota de melancolía en la voz. Su amiga en algunos aspectos le solía recordar a su propia madre, pero la gran diferencia residía en el hecho de que Teresa jamás le daba la espalda a sus seres queridos.

—Bien, ¿entonces en el restorán de siempre? —le preguntó sabiendo de antemano la respuesta.

—Sip, yo también tengo algo que contarles, aunque no creo que sea tan buena noticia como la de Nicky —le contestó su amiga cambiando su entusiasmado tono de voz a uno mucho más monótono.

—¿Qué sucedió? —le preguntó realmente preocupada.

—Mmm… nada. Ya tú sabes —le respondió parodiando el acento centroamericano—, mamá llamó esta mañana y cuando llama siempre deja caer un notición —agregó, restándole importancia al hecho y recobrando su buen humor—. Más rato hablamos, no te retrases —bromeó, sabía que ella era la más puntual de las tres.

—Tessa —la llamó—, procura no retrasarte tú —le dijo antes de despedirse entre risas y bromas.

Teresa y Nicole siempre lograban sacarla de su estado monótono y conseguían devolverle la sonrisa a su rostro. Sin duda que en ellas había encontrado la imagen de la familia que se derrumbó aun antes de que ella naciera.

Suspiró y observó el teléfono que tenía en su mano y lo depositó en la mesita de centro. Se levantó, se estiró y salió en busca de la tarjeta para el autobús y de su bolso con sus cuadernos y salió de su departamento con la cabeza puesta en el día de clases que le esperaba.

Alexion contuvo el aliento cuando el exuberante trasero de Daniela se posó en su regazo.

—Alex —lo llamó con ese tono de voz juguetón, coqueto y malcriado tan característico en las mujeres de su clase y con las cuales estaba acostumbrado a salir—, estoy horriblemente aburrida —agregó haciendo un puchero con sus sensuales y eróticos labios—. ¿Por qué no jugamos juntos? —le preguntó al tiempo que dejaba vagar su dedo por sobre su mentón hasta el cuello de su chaqueta gris—. Antes solíamos divertirnos mucho, Alexion —sentenció en una parodia de tristeza.

Él tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no poner los ojos en blanco ante las demandas de Daniela y tuvo que contenerse aun más por no levantarse con brusquedad y dejarla caer en el frío suelo de la cafetería.

—Bueno, sí. Ya sabes —se oyó que le contestaba y sintió sobre él la mirada burlona de su compañero y amigo de curso, Gustavo— los estudios —concluyó fulminando con la mirada a Tavo que había rodado los ojos y había bufado en señal de incredulidad. Cuando estuviesen solos lo mataría, pensó.

—No me mientas, gordito —le contestó Daniela comenzando a jugar con su rojo y bien cuidado cabello.

Sintió la risa de burla de Gustavo ante el apodo cariñoso que soltó Dani y vio la mímica que hizo acompañado a un silencioso monólogo, él le sonrió con amenaza mientras intentaba que Daniela se levantara y se aburriera de su indiferencia, pero no fue así, ella siguió en su regazo y aumentó la presión en su miembro que no fue indiferente a aquel contacto y saltó de la excitación, provocando que soltara de golpe el aire que estaba reteniendo, lo que significó que ella se diera cuenta de su momentáneo poder sobre él. Era en esos momentos en que odiaba ser hombre.

—No te miento, corazón, es verdad que los estudios me han tenido bastante ocupado —replicó con voz ronca, manteniendo a duras penas el jadeo que amenazaba por escapar de su boca ante el provocativo vaivén de las caderas de ella.

—Tú no necesitas estudiar, Alexion —le replicó fingiendo enfurruñarse como una niña pequeña—. Todo el mundo sabe que eres el mejor alumno de tu promoción, además hoy es viernes. ¿Por qué no me llevas a almorzar, gordito? —le pidió volviendo a ese tono de voz que pretendía ser adorable, pero a él le molestaba de sobremanera.

Observó a Gustavo mientras pensaba en una excusa para librarse de Daniela. Maldición, era en esos momentos en que se arrepentía de ser tan mujeriego. ¿Hace cuánto que había terminado con ella? Hace mucho más de un año, pero habían seguido teniendo una relación. Nada seria, sin compromisos, pero una relación al fin y al cabo. Gruñó y la apartó de él suspirando de alivio cuando su miembro quedó libre de la presión de su trasero. Ella lo miró e hizo un mohín y comenzó a patalear con los pies, por lo cual supo lo que vendría a continuación, así que antes de que se pusiera a gritar como una posesa, aceptó la petición de llevarla a almorzar.

Mierda, era patético.

—Está bien, Dani, por los viejos tiempos —le contestó y suspiró al ver la sonrisa que esbozó ante su aceptación.

—Gordito, eres un amor. ¿Qué te parece si luego de almorzar nos escapamos por ahí? —le preguntó tratando de hacer nuevamente el intento de sentarse sobre su regazo, pero esta vez fue más rápido y se levantó al tiempo que recogía sus cosas y su café y le hacía señas a Gustavo para que lo siguiera.

—Cómo quieras —le contestó comenzando a caminar hacia la salida.

Ella gritó su nombre, pero Alexion fingió no escucharla. Con paso presuroso alcanzó la puerta de salida y se encontró al fin con la libertad. El frío aire de julio golpeó su rostro enviándole oleadas de placer y felicidad.

—¿Gordito, por qué no me regalas un café? —le preguntó su amigo imitando de muy mala forma la voz de Daniela.

Alexion lo miró y toda felicidad por haber alcanzado la salida sin problema se esfumó. Gustavo lo miraba con una sonrisa burlona y sus ojos azules brillaron con la anticipación de las pullas que le iba a lanzar hasta que Diego, su otro amigo, las escuchara.

—Cierra el pico, Tavo —le espetó comenzando a caminar en dirección hacia el edificio de medicina.

—Alexion, por favor, no me digas que te vas a molestar. Después de todo tú fuiste el único que se busco a ese incordio —le dijo dando en la llaga. Él lo sabía mejor que nadie, pero no necesitaba que el segundo don Juan de la escuela se lo recordara, así que se dio media vuelta y lo golpeó en la cabeza, desordenando su lindo cabello chocolate, cosa que consiguió que Gustavo se riera aun más—. Gordito, pegas como una niñita —agregó antes de quitarle el vaso de café y comenzar a bebérselo.

Alexion bufó y siguió caminando. Era obvio que todo lo que hiciera o dijera sería usado en su contra, así que mejor se mantendría callado, pero no lo logró.

—Mierda, ¿en qué me metí? —le preguntó al aire, sabiendo que Tavo le contestaría.

—En un almuerzo con la muchacha que nos e despega de ti aun cuando hayan terminado hace bastante tiempo. Eres idiota Alex, ¿cómo es posible que no puedas decirle que no? Al menos deberías tener un colador —le aconsejó su amigo lo que le valió un ataque de risa.

—Por favor, Tavo, tú menos que nadie puedes decirme que sea selectivo. Tú que te metes con cualquier cosa que lleve falda —le contestó anotándose un punto—. Pero tienes razón. Tal vez sea hora de que la pare, no quiero seguir jugando con ella. Es realmente molesta —concluyó al tiempo que entraba al edificio de medicina y tomaba la dirección que llevaba a su próxima clase. Alexion estaba en su último año de medicina y a punto de especializarse en cirugía general, era el mejor de su promoción y con un futuro bastante esperanzador.

Gustavo se puso a la par al tiempo que le guiñaba un ojo a un grupo de chicas de segundo año, que comenzaron a reírse coquetamente. Alex se volteó para mirar a su amigo y frunció el ceño, era cierto que era guapo, o al menos su hermana se lo había dicho cuando había conocido a sus amigos, pero de ahí para hacer un alboroto tan grande… lo dudaba. Bufó de aburrimiento y alcanzó el pomo de la puerta. La sala estaba vacía a excepción de Diego que los esperaba sentado en sus habituales puestos. Los dos lo saludaron, mientras se acercaban a sus sillas y se dejaban caer.

Diego los miró tras sus anteojos de marco azul marino y los interrogó con su negra mirada. Su amigo era bastante perspicaz para darse cuenta cuando tenían algo que contarle y a diferencia de ellos dos, no aprovechaba su evidente atractivo para ir tras las faldas.

—A qué no adivinas, Diego. ¿Cuál es el encantador apodo con que Daniela llama a este pelmazo? —preguntó Gustavo riéndose de antemano a la contestación de Diego.

—¿Gordito? —contestó su amigo y la carcajada de Tavo fue todo lo que se necesitó para saber que estaba en lo cierto.

Alexion rodó los ojos y bufó comenzando a aburrirse de la conversación. De un tiempo a este ya no le encontraba gracia burlarse de la falta de creatividad y de inteligencia de las mayorías de las chicas con que salía, es más ya ni siquiera sentía ganas de seguir saliendo con ese tipo de muchachas. La verdad era que sentía ganas de sentar cabeza y disfrutar de una relación larga y estable y el hecho de que su hermano Rasmus hubiese encontrado a Nicole y estuviesen a punto de casarse aumentaba sus ansias por encontrar la mujer con que compartiría el resto de su vida.

—Alexion —la voz de su amigo lo sacó de sus divagaciones.

—¿Qué? —le preguntó algo ido.

—Vaya, al parecer estás bastante emocionado con tu cita de mediodía —le respondió haciéndolo volver de golpe a la realidad.

—Bastante emocionado —contestó sin convencimiento alguno.

—Si tanto te aburre y te molesta la idea de salir con ella, por qué no te negaste —le preguntó Diego reclinándose en su asiento y masajeando su sien en un gesto de cansancio.

—También me lo pregunto —le respondió sinceramente—. Costumbre, supongo.

—Eso amigo mío, se llama calentura —sentenció Gustavo al tiempo que pasaba uno de sus definidos brazos por su hombro—. El día en que tú le digas que no a una mujer, será el día en que yo me tire del tercer piso de este edificio —sentenció comenzando a reír.

Alexion se desprendió se su abrazo y volvió a golpearlo, pero esta vez no fue nada suave consiguiendo que se callara de una buena vez.

—Entonces comienza a subir esas escaleras, hermano, porque esta tarde pienso darle calabazas definitiva —le contestó poniendo a fin la conversación al mismo tiempo que su profesor y el resto de la clase comenzaba a ingresar al salón.

—Te apoyo —agregó Diego sacando su cuaderno y sus libros de clases—. Creo que ya es hora de que ustedes dos se tranquilicen un poco.

Aquellas palabras retumbaron en su mente. Era lo mismo que él pensaba y por Dios que lo haría realidad. La verdad era que ya se había cansado de andar de un lado a otro, quería llegar a un puerto y quedarse ahí, quería que alguien domara su personalidad volátil y que contuviera el feroz viento al cual tanto se parecía.

—Que no te quepa duda, Diego —sentenció para callarse definitivamente, mientras ponía atención a la lección del día.

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